Queda cada vez menos tiempo para que las partes se pongan de acuerdo en las negociaciones de la reforma laboral. Yolanda Díaz, que no todo el Gobierno, y los sindicatos mantienen posiciones bastantes cercanas, pero la patronal, como es lógico, desearía que se tocara lo mínimo imprescindible la reforma que aprobó el PP en 2012.

En mi afán por acercar posturas y facilitar una pronta y satisfactoria solución, se me ha ocurrido buscar ejemplos de medidas en las que todos puedan estar de acuerdo. Así, a bote pronto, se me ocurre que ya que son los empresarios los que ponen más trabas a los cambios propuestos, una buena forma de entendimiento sería que los contratos de los trabajadores se asemejaran a los que ellos, empresarios y altos directivos, suelen firmar. No hablo de cuantía económica, no soy tan atrevido, si no de simples condiciones contractuales.

Precisamente estos días, hay una noticia que estoy convencido puede dar buenas ideas y puntos de encuentro a los negociadores. Se trata de la sentencia del juzgado de Primera Instancia número 46 de Madrid que ha condenado al Banco Santander a indemnizar con cerca de 68 millones de euros al banquero italiano Andrea Orcel, por su fichaje frustrado como consejero delegado de la entidad española. Parece ser que el Banco Santander se desdijo de su intención de fichar a este alto directivo antes de que éste llegara a firmar el contrato, pero el directivo se sintió perjudicado y ese perjuicio el juez lo valora en casi siete decenas de millones de euros.

Imaginen ustedes que los trabajadores tuvieran un tratamiento semejante al que tienen estos altos directivos. De un plumazo borrábamos el grave problema de la inestabilidad laboral. Un trabajador solicita un empleo, pasa el primer filtro y llega hasta la entrevista, a partir de ahí ya tiene asegurado el sueldo de dos años, los posibles beneficios que podría haber obtenido, por ejemplo en horas extras, y le añadimos unos cuantos miles de euros por el perjuicio moral que le pueda haber ocasionado sentirse rechazado por la empresa. Pues eso es, exactamente, lo que ha dictaminado el juez de primera instancia en su sentencia contra el Banco Santander.

Lo que referido a un alto directivo nos parece absolutamente normal, se nos antoja una excéntrica barbaridad si cambiamos al protagonista por un obrero. No vamos a ser tan inocentes como para creer que todos somos iguales, pero deberíamos luchar con mucha más fuerza para no ser tan tremendamente diferentes.