Mientras una parte de los habitantes de esto que no sabemos muy bien ya como llamar, pero que internacionalmente se conoce como España, siguen empeñados en ahondar el abismo en el que hemos caído; otra parte, quizá más numerosa pero menos visible, se empecina en pedir diálogo entre los actores (nunca mejor dicho) políticos. Desde el 1 de octubre han surgido numerosas iniciativas que buscan sentar alrededor de una mesa, aunque a estas alturas se conformarían con una simple barra de bar, a los responsables de este peligroso desaguisado.

Creo que ya ha pasado el tiempo de intentar lo imposible y ha llegado el momento de probar lo posible. A los políticos, de todos los colores e ideas, les hemos dado estos años no sólo el voto y el sueldo, sino más oportunidades de las que han demostrado merecer. Mientras la sociedad se aboca a una división que puede acabar en grave enfrentamiento, ellos siguen haciendo cábalas electorales, estudiando qué beneficio pueden sacar de cada nueva acción unos, y de cada nueva inacción los otros.

Desengañémonos, estos dirigentes que nos han tocado en suerte no sólo no nos los merecemos, sino, lo que es peor, no nos los podemos permitir. Somos un país, estado, me da igual como lo llamemos, de más de cuarenta y siete millones de ciudadanos. Entre nosotros, sin necesidad de ir a buscar mediadores internacionales como si fuéramos una colonia subdesarrollada, hay escritores, filósofos, médicos, ingenieros, investigadores y un sinfín de personas honradas y de reconocido prestigio, infinitamente más capacitadas que quienes hasta ahora dicen gobernarnos. No dudo en absoluto que hay muchos y buenos políticos, pero malviven en los fondos de las listas electorales, taponados por quienes saben trepar con más agilidad y menos escrúpulos.

Ha llegado el momento de que seamos nosotros, los ciudadanos, los que acudamos en nuestra ayuda. De manera excepcional, como la propia situación, algunos de estos ciudadanos más preparados, deberían dar un paso al frente y unirse para presentar una candidatura electoral, cuyo programa se limite a comprometerse a llegar a un entendimiento, redactar una nueva Constitución acorde con el presente y las necesidades actuales y, una vez cumplida la misión, regresar a sus vidas privadas.

Quizá parezca una quimera, un imposible y seguro que a los políticos se les antojará un disparate, pero ¿alguien duda de que la insensatez es dejar que quienes nos han conducido hasta aquí sigan al frente de nuestro destino?