El hecho terrible del 11 de septiembre en Nueva York y sus ecos en el Madrid del 11M, y ahora en Barcelona, reivindicados por el grupo terrorista Estado Islámico, no han hecho más que radicalizar y bipolarizar este equilibrio complicado de la paz en el mundo. La satanización de culturas por el miedo o desconocimiento de las mismas, así como el desquiciamiento de sectores de dichas entidades y sus religiones, que tienen más que ver con interpretaciones personales de la historia y los textos sagrados, cuando no con intereses de control de conciencias para asegurarse el dominio y el poder de los países y recursos económicos, dificultan más si cabe este entendimiento. 

No es fácil encontrar en la historia ejemplos de diálogo o convivencia, de comprensión de la otredad humana, y su existencia ha sido tan fugaz como anatemizada. Al-Ándalus es uno de ellos. No pretendo caer en la banalización ingenua, ni en la mitificación a cualquier precio: Al-Ándalus es un fenómeno que surge a partir de una expansión bélica del Islam con lo que supone la guerra-como destrucción supusieron también las cruzadas bajo el signo de la cruz por citar otras expansiones religiosas-pero con remansos de paz en los que floreció la convivencia, por mucho que se empeñen los estigmatizadores de todo lo que huela a musulmán.

Todo esto queda magníficamente acreditado en un libro excepcional, “Historia General de Al Ándalus, de Emilio González Ferrín, que yo recomiendo cada vez que puedo, director del departamento de filologías integradas de Sevilla. Es un ejercicio riguroso y esclarecedor de historia nuestra, que no rehúye luces ni sombras. González Ferrín niega la invasión islámica del año 711 diciendo, como sospechábamos muchos: "Hubo una España de una sola cultura con tres religiones”, en la línea de estudio de Ignacio Olagüe. Ya lo decía, casi un siglo antes, José Ortega y Gasset: “Una Reconquista que dura 800 años es demasiado larga para llamarla Reconquista".

Apunto esto, porque no nos resulta extraño oír, incluso en la voz de nuestros políticos, discursos tan distorsionados como que: “El problema de Al Qaeda con España empieza a principios del S VIII(...) España rechazó ser un trozo más del mundo islámico cuando fue conquistada por los moros, rehusó perder su identidad”, en una conferencia titulada Siete teorías sobre el terrorismo, pronunciada en la Universidad de Georgetown por el ex presidente José María Aznar. Un par de apuntes sobre esta aberración histórica: en primer lugar  no existían, resulta tan anacrónico como evidente, ni Al Qaeda ni España; en segundo lugar, la identidad de España se conforma en muchos sentidos por la existencia y la pervivencia en nuestra cultura, léxico, costumbres, etc, de aquello que se llamó Al-Ándalus y que, siendo estrictos, duró durante siete siglos, algo más de lo que lleva España siéndolo, si lo es, desde la conquista de Granada en 1492.

El apelativo “moros” es, tan suficientemente gráfico en su connotación peyorativa como para definir a quien lo usa, como inexacto: la mayoría de los que ocuparon la península, en decadencia de reinos y reyes visigodos que explotaban a su pueblo y sangraban a los judíos, no eran de Mauritania, lugar de procedencia de los “moros” sino bereberes. Para ser exactos, Al-Andalus y lo andalusí fueron un prodigio tan autóctono y  único, que tuvo, entre sus muchos enemigos a los fanáticos ultraortodoxos islámicos del norte de África, los Almohades, que en gran parte causaron el declive de todo este milagro.

Algo parecido vemos en nuestros días de atentados con las amenazas de la organización e ideología de grupos como este “Estado Islámico” que ha calado ahora en la región coránica y se está extendiendo por el África subsahariana. La guerra de Irak, también en Siria, han dado argumentos y seguidores a los que no lo necesitan. Un terror que  amenaza Europa y, en concreto, como ejercicio de desconocimiento de lo que fue y de locura, Al Qaeda llamó a reconquistar Al Ándalus y ahora este mal llamado Estado Islámico. “Hay una lectura contemporánea. Es que tenemos un complejo de ser españoles. La negación de Al-Ándalus es un componente más de nuestro complejo de ser españoles", señala el arabista Ferrín.

La convivencia entre culturas, fue tan evidente como que parte de la lectura absolutamente ortodoxa del Corán, de la sura 29, en la que se dice: “no peléis con los hermanos del libro”; es decir, los judíos y cristianos. Todo esto tiene mucho que ver con la convicción del primer Abderramán, superviviente del linaje omeya de que esto enriquecía culturalmente y económicamente una sociedad, apoyándose estrictamente en esta enseñanza del profeta Mahoma que los terroristas parecen no haber leído. Incluso convirtió esta sura en enseña personal de su dinastía. Esta máxima que perpetuaron sus descendientes, y que les costó la acusación de heterodoxos o herejes por los musulmanes más conservadores.Un vestigio de aquella imbricación, casualmente o no,  es que, el apellido del Arzobispo de Barcelona que ha oficiado la misa por las víctimas, Monseñor Juan José Omella, no es más que la hispanización de aquel apellido califal, “omeya” de los Abderramanes.

El conocimiento sigue siendo un arma poderosa. También como en otros fenómenos de terrorismo, a los que este país nuestro está desafortunadamente acostumbrado: por un lado el rastreo y bloqueo de las fuentes de ingresos y sostenedores de estos corpúsculos terroristas, a veces tranquilamente observadores desde países petrolíferos,   con más coordinación de las inteligencias y fuerzas y cuerpos de seguridad de todos los estados, y con la concienciación de las propias comunidades musulmanas de que estos grupos terroristas, asesinos consumados, no son más que enemigos de la vida y de su propia fe.  Puede que sea tarde para luchar sólo con cultura pero, quizá, si nosotros, desinteresados de nuestra propia historia, reivindicásemos Al-Ándalus como nuestra, que lo es históricamente hablando, nadie podría apropiarse de ella.