La cabra tira al monte. De ahí que el exministro José Luis Corcuera, que pasó a la historia como autor intelectual de aquella célebre ley de la patada a la puerta, se haya dado de baja como militante del PSOE con un sonoro patadón. Nada más lógico: sin duda se encontrará más cómodo como tertuliano en la ultraderechista cadena episcopal 13TV. A buen seguro que su baja, además de esperable y deseable, queda mucho más que compensada con el reingreso de Beatriz Talegón y de muchos antiguos y nuevos militantes socialistas ilusionados después del regreso de Pedro Sánchez a la secretaría general del histórico y ahora renovado PSOE.

El incontestable y contundente triunfo de Pedro Sánchez, inesperado solo para quienes no quisieron o no supieron entender el estado de indignación de la gran mayoría de la militancia socialista tras el lamentable comité federal del pasado día 1 de octubre, tiene su correlato en el rotundo fracaso no solo ni principalmente de Susana Díaz sino de la práctica totalidad de la vieja guardia del PSOE, de casi todos los actuales barones socialistas y de una explosiva mezcla de reales y supuestos agraviados por Sánchez durante su mandato como secretario general, tan breve como convulso.

Con la victoria de Pedro Sánchez han saltado por los aires muchas de las postverdades que han circulado sobre él, su campaña y, lo que sin duda es aún mucho más importante, sus proyectos de futuro. Queda en el rincón de la infamia aquella descalificación como “miserable sin escrúpulos” que retrata a la perfección la catadura de los autores de aquel editorial de tantos resabios falangistas. Quedan también atrás los falsos rumores que atribuían a la candidatura de Sánchez el uso de avales fraudulentos, sobre todo cuando ha quedado demostrado que superó con creces el número de sus votos respecto al número de los avales presentados, en especial en territorios en donde su rival principal obtuvo menor número de votos en relación con los avales que presentó. Y quedan también atrás, espero y deseo que ya para siempre, todas las especulaciones sin fundamento sobre supuestos y nunca probados pactos que se afirmó que Sánchez había firmado con la única finalidad de asegurarse su investidura como presidente del Gobierno de España.

Todas estas y otras postverdades empalidecen frente al tiempo nuevo que se le abre ahora al socialismo español. Un tiempo de renovación profunda, de adecuación ideológica, programática y organizativa a la cambiante y compleja realidad de nuestro país, de la Unión Europea y del mundo entero.

Un mundo globalizado, digitalizado y cada vez más robotizado, en el que solo una socialdemocracia de verdad, capaz tanto de defender, mantener y profundizar el Estado del bienestar y también de asumir con todas sus consecuencias las soberanías compartidas que definen a todo verdadero federalismo, puede y debe dar respuestas eficaces frente a las escandalosas situaciones de injusticia económica, social y cultural. Un mundo en el que la socialdemocracia se aleje por siempre más del neoliberalismo y combata todo tipo de corrupción económica o moral con firmeza, rigor y ejemplaridad.

De Pedro Sánchez se han dicho y escrito muchas cosas, sobre todo estos últimos días. Se le ha comparado con el conde de Montecristo, Edmundo Dantés, y también con Sísifo, Ulises, el general Douglas MacArthur, El Renacido, aquel “rebelde sin causa” encarnado por James Dean, e incluso con la borgiana rosa de Paracelso. Me parece mucho más sencillo escribir que el triunfo de Pedro Sánchez se ha basado en saber comprender la magnitud de la indignación política y moral de una militancia socialista que no se ha podemizado pero que, a su vez, se ha negado a demonizar a sus hijos y nietos indignados y se ha sumado a ellos por lealtad a los principios políticos y éticos propios del socialismo. Precisamente por ello, con su clara victoria, Pedro Sánchez  ha dejado en evidencia a tantos y tantos notables de su partido y sobre todo a la inmensa mayoría de analistas y opinadores de todas las tendencias, desconectados de la realidad.