Quién sabe por qué lo hace. Quién sabe cuáles pueden ser las motivaciones de la mente inquieta de Donald Trump. Puede ser para tapar sus múltiples problemas. Puede ser una cortina de humo ante el inicio de las investigaciones de la trama rusa. O en realidad puede ser un nuevo paso en su camino para hacer América grande otra vez. El caso es que Trump ha ordenado a la NASA que se ponga rumbo a la Luna.

Una base camino de Marte

El presidente norteamericano parece presa de la mitología de su país. Y ningún hecho ha sido más relevante en el último siglo que el momento en el que Neil Armstrong plantó la bandera del país en el suelo selenita. Los científicos de la NASA parecían tranquilos con sus observaciones, sus ilustraciones y sus asunciones sobre mundos lejanos. Ahora se van a tener que poner manos a la obra para volver de nuevo a nuestro satélite. Pero claro, no valdrá con volver a pisar el suelo lunar. “Esta vez no dejaremos una bandera y la huella de nuestras botas. Esta vez estableceremos una base para un futura viaje a Marte y quizá, algún día, a mundo más lejanos”, ha declarado Trump. Y se ha quedado tan ancho.

O una base militar

Es presumible la cara de estupefacción que se les habrá quedado a los ingenieros de la NASA. Seguramente ninguno se atrevió a decirle que eso era una locura. Otra más, queremos decir. Más probable es que en el delirio oculten una motivación más poderosa, conociendo la administración: el posible uso militar que podría tener una base lunar. Así lo admitió Mike Pence, el vicepresidente, al asegurar que “la presencia en la Luna servirá para garantizar nuestra seguridad nacional y la capacidad para proteger a nuestros ciudadanos”. Otro que no se queda corto en las frases grandilocuentes pero huecas.