Es una gran potencia agrícola a la vez que, en su reducido tamaño (tiene solo 4.500.000 habitantes), una potente industria tecnológica, no hace tanto que The Economist hablaba de Nueva Zelanda como el  conejillo de Indias de las empresas tecnológicas. Tiene unos paisajes fascinantes - allí se rodó El Señor de los Anillos, Avatar o Warcraft- y su sistema educativo, hecho a imagen y semejanza del sistema de Reino Unido, goza de prestigio internacional. Pero son muchos los neozelandeses que han visto como una medida retrógrada la propuesta que pretende aprobar el consejo regional de la localidad de Omaui, en la región de Southland del país.

La iniciativa, según ha informado The Guardian, se integraría en un plan de plagas y plantea prohibir los gatos domésticos, en un intento por evitar que los gatos sigan cazando aves, alungas de ellas, de especies raras, difíciles de hallar fuera del territorio del Estado. En la misma línea iba la medida que se aprobó en los primeros días de agosto en la capital, exigiendo que todos los gatos domésticos de la región fueran castrados, se les pusiera microchip y se registrasen. La idea lanzada en Omaui, que ya han rechazado asocaciones animalistas, pasaría también por adoptar estas medidas, y una vez que un gato muriese, no se permitiría tener otro a los residentes.