Muchos de los libros que se engloban en el Nature writing, uno de los movimientos literarios más emblemáticos de los venidos de Estados Unidos, ponen su empeño en transmitirnos la paz y tranquilidad que nacen de la vida en naturaleza. No en vano, los títulos adscritos a este estilo evocan la fascinación que sienten sus autores por la vuelta al edén, a aquella inocencia que representaba la tierra virgen con la que se dieron de bruces los pioneros americanos.

Pero Nuestra casa en el bosque (Ed. Volcano) genera unas sensaciones muy distintas. Es pura tensión narrativa y argumental. "Puedes huir al bosque para esconderte. Muchos hacen eso. Pero nosotros huimos para encontrarnos". Habla Andrea Hejlskov, la narradora danesa que es autora de este texto autobiográfico. Hace unos años era una mujer propensa a la depresión, que llevaba una vida cien por cien urbanita con su también depresivo compañero, un músico que atravesaba un bache artístico ya demasiado largo. La situación financiera de ambos era lamentable, y los cuatro hijos de la pareja se relacionaban más con el ordenador que con sus padres. Así que éstos decidieron dar un cambio radical a su vida, mudándose a un bosque de Suecia, a vivir de manera autosuficiente. ¿Podrá un par de desquiciados sobrevivir en medio de un entorno del que no saben nada en absoluto? El precio que pagaron por su libertad fue más caro de lo previsto.

Así lo fue contando Hejlskov primero en un blog, que concibió a modo de diario, en un tono despiadado contra ella misma y los retos que afrontaba a diario en el bosque. Unos posts que luego recopiló en este libro, que recuerda a una de esas novelas de aventuras dedicadas a los viajes al Nuevo Mundo, donde los inmigrantes y viajeros han de afrontar nuevas vidas, idiomas, costumbres. Solo que, en esta ocasión, el desconcierto respecto a los nuevos hábitos tiene que ver con los desafíos de la vida forestal, que, según vamos descubriendo en la voz que la autora, no es precisamente bocólica ni relajada. La narración tiene un tono intimista que no ahorra crudeza en su retrato de la vida en el campo, arrebatos emocionales incluidos, y Hejlskov da cuenta de los desequilibrios físicos entre marido y mujer, que la obligan a cocinar y a lavar ropa en el río, sin la comodidad de los emancipadores electrodomésticos modernos, mientras que el hombre, autoproclamado jefe, se dedica a construir una cabaña de troncos, actividad que parece resultar más aventurera y satisfactoria.

Con todo, la escritora da por buena la elección de marcharse al campo, y en su relato aprovecha también para cargar contra un estilo de vida, el actual en Occidente, que considera que va a la deriva con su cambio climático, su desigualdad social, su alienación laboral… “Las guerras, la serie interminable de escándalos, la gente desesperada, todos fingiendo que todo es normal”, expresa Hejlskov, a cuyo juicio “nuestra cultura está implosionando, las estructuras en las que creímos se han erosionado. Están vacías y a punto de colapsar".

Hace ya más de una década desde que Hejlskov y familia se mudaron al bosque. Los  primeros años fueron la etapa más dura, y así lo explica este libro. Pero tras el salto al vacío, hoy tienen más controlada su vida cotidiana, que mantienen en plena naturaleza, sólo que más cerca de su país de origen, Dinamarca. Los niños, ya mayores, se han emancipado, el clima es algo más cálido y autoabastecerse es más fácil .