La documenta (con ‘d’ minúscula) es una de las exposiciones más importantes del mundo, al nivel de la Bienal de Venecia. Aunque tradicionalmente se celebra en Kassel (Alemania) cada 5 años, la documenta 14 se desarrolla del 8 de abril al 16 de julio en Atenas y del 10 de junio al 17 de septiembre en Kassel, que pasa a ser huésped en Atenas. ¿Qué nos quiere decir esto? Enrique Vila-Matas en su libro Kassel no invita a la lógica nos ilumina acerca de las implicaciones simbólicas de su emplazamiento. Fue un punto estratégico para los nazis en la II Guerra Mundial: fue la ciudad de la maquinaria, la ciudad que convirtió las locomotoras en tanques; 40 bombardeos aliados, el mayor en octubre de 1943, arrasaron el 80 por ciento de la ciudad, que quedó en ruinas. La documenta apareció por primera vez en 1955 en un contexto devastado por la guerra. En esta primera muestra, se quería acercar el arte a la gente, pero no el arte contemporáneo, sino precisamente el oprimido en los tiempos del nacionalsocialismo, el llamado arte degenerado. La reflexión de Michael Foucault acerca de las estructuras de poder, saber y control nos lleva a repensar las prácticas simbólicas como dispositivos de entonación, de documentación, de distribución, de desvío… en definitiva, como dispositivos de visibilización e invisibilización, como conformadores de realidad a través de las prácticas mediatizadas en relación al vínculo entre arte y política. Podemos hablar de esta exposición como un dispositivo de resistencia (Agamben, G., Deleuze, G.) partiendo de su dimensión espacio-temporal. En esta documenta, titulada Learning from Athens, los artistas han sido invitados a desarrollar una obra para cada una de sus localizaciones, en el contexto de las relaciones dinámicas que surgen de la multitud de voces, desde la distancia y la relación entre estos dos sitios. Así, las diferentes ubicaciones, trasfondos y contextos históricos, socioeconómicos y culturales divergentes inciden en el proceso de inspiración e influencia sobre las obras; lo que implica la ampliación del espacio que tradicionalmente ocupa una exposición y por tanto modifica los canales de difusión y sus formas de consumo. No es otra muestra previamente mascada y regurgitada, abarrotada de información donde los espectadores no tienen espacio ni para respirar; al contrario, no se revela fácilmente en cuanto a su contenido, obliga al espectador a hacer un verdadero esfuerzo. Este aire de misterio hace hincapié en la experiencia estética, no en el arte mismo entendido como el objeto, como tendemos a hacer cuando vinculamos el arte con el patrimonio y la cultura. De esta manera, desarticula la convención tradicional en la que una exposición está enfocada al consumo y éste a la satisfacción de un espectador durante su tiempo de ocio.