En las últimas semanas, coincidiendo con la desescalada, se está hablando mucho de los supercontagiadores, esto es, de esas personas con una capacidad por encima de la media en la transmisión de un virus. El riesgo que representan se multiplica si se ubican en determinados contextos que también pueden ser supercontagiadores, y en el caso del nuevo coronavirus, según estudios recientes, éstos tienden a ser lugares cerrados.

Porque últimamente, y así los recuerda la Agencia SINC, se viene verificando que este virus tan agresivo que es el SARS-CoV-2 no solo se transmite por gotículas y en superficies, sino que también puede propagarse como un aerosol y permanecer durante cierto tiempo suspendido en el aire, y por tanto, los espacios no ventilados son especialmente peligrosos. El riesgo de transmisión parece ser superior, además, si permanecemos esos sitios cerrados durante cierto tiempo, gritamos o cantamos -por ejemplo en misas, pubs, estadios…-, porque éstas son situaciones en las que se expelen más gotículas. Así, un estudio en Japón ha hallado que la probabilidad de contagio en sitios cerrados es casi diecinueve veces mayor, según recoge SINC.

La acción de los supercontagiadores aumenta, en zonas muy concretas, la tasa de reproducción R, que contabiliza al número de personas que contagia, de promedio, una persona infectada con un virus. Así, una tasa de 2 significa que la persona enferma infecta a otras dos personas. El objetivo del distanciamiento social que se nos ha venido imponiendo en los últimos meses es obtener una tasa R por debajo de 1 en la propagación del nuevo coronavirus. Además, junto con la tasa de reproducción hay que considerar el factor de dispersión K: mide si la epidemia avanza uniformemente o si, por el contrario, los casos se agrupan formando cúmulos. También se aconseja que el número K sea lo más bajo posible, porque significará que hay pocos cúmulos en el avance de la pandemia, que por tanto se distribuiría entre pocos grupos y zonas concretas, que se pueden aislar o tratar de manera muy específica.

Así, según publica la Agencia SINC, en abril, el grupo de Adam Kucharski, en el London School of Hygiene and Tropical Medicine (LSHTM), concluía “que el número de contagios que genera cada persona infectada es muy variable: unos pocos contagian a muchos, y muchos —la mayoría— a muy pocos o incluso a nadie. Estiman que el 10 % de los casos es responsable del 80 % de la transmisión”. Este resultado, expresa SINC, “subraya los beneficios potenciales de enfocar los esfuerzos [para frenar la pandemia] en el fenómeno del supercontagio”. Porque si se detecta que la mayoría de los infectados no contribuye a la expansión de la epidemia, la transmisión podría controlarse previniendo las situaciones de supercontagio.

“Para los investigadores, la importancia del supercontagio en el avance de esta pandemia encaja con que haya habido introducciones del virus que no han cuajado”, señala SINC. “En Francia se sabe que hubo al menos cuatro entradas del coronavirus que no tuvieron prácticamente contagios a su alrededor”. En el polo opuesto, “el caso más extremo identificado es el de la paciente 31 en Corea del Sur, a mediados de febrero: al rastrear sus contactos se supo que había asistido a varias reuniones religiosas con un millar de personas, y en pocos días se contabilizaron más de 5.000 contagios en la localidad de Daegu”.

También ha llamado la atención que varios brotes iniciales, en enero y febrero, no se dieron en grandes áreas metropolitanas con denso tráfico, como Seúl, Frankfurt o Roma, sino en localidades más pequeñas como Daegu en Corea del Sur, Gangelt en Alemania y las ciudades de Lombardía, en Italia. “Esto puede explicarse en parte si consideramos que los brotes son mucho más probables cuando nacen de un suceso de supercontagio”, escriben Benjamin M. Althouse, del Instituto para la Modelización de la Enfermedad en Washington (EEUU), y coautores en un preprint que analiza el papel del azar en la propagación de la pandemia.

“Las grandes poblaciones tendrán más introducciones que una ciudad pequeña, pero hay muchas ciudades pequeñas, y los grandes brotes iniciales suceden dondequiera que ocurre el primer evento de supercontagio”, añade Althouse. Por eso no valen solo los datos de densidad de población y tráfico aéreo como indicadores de riesgo. “Hay más trabajos recientes que, por diversas vías, confluyen en la importancia del supercontagio. Son resultados preliminares porque aún no han sido revisados por otros investigadores, pero coinciden en sus conclusiones”, expresa SINC.

En general, las publicaciones científicas coinciden en que los factores que explican que una persona tenga esa mayor capacidad transmisora pueden ser intrínsecos, derivando de su sistema inmunitario, en el que la cantidad de virus aumentaría en su sangre, fluidos o árbol respiratorio. Además, interviene también en el contagio que el organismo de la persona que infecta atraviese el momento de mayor incidencia del virus: en el caso del SARS-CoV-2, los estudios han detectado que la mayor carga viral se da justo antes o al inicio de la aparición de los síntomas. También están detrás de los supercontagiadores factores sociales como la mayor interacción de las personas entre ellas (gente que se relacione con muchas personas por su trabajo o su forma de vida puede contagiar a un número especialmente alto de individuos), o que se ubiquen en espacios de riesgo como residencias, centros de salud, hospitales o incluso, según la Agencia SINC, plantas de procesado de carne, prisiones o albergues donde muchas personas tienen contacto estrecho. Y tan importante como las características del supercontagiador son las de la persona contagiada: hay personas con una mayor sensibilidad a ser contagiadas por su genética, su sistema inmunitario o las características de su cuerpo.