Hace tiempo que se sabe que la obesidad es un factor de riesgo para contraer cáncer. La obesidad se relaciona directamente con varios tipos de tumores como los de mama, colon, próstata, útero y riñón. Pero hasta ahora no se habían identificado por completo los mecanismos moleculares por los que se producía esta relación. Sin embargo, un grupo de científicos de la Universidad de Michigan (Estados Unidos) los han hallado. Tal como publican en la revista Oncogene, la grasa abdominal favorece la liberación de la proteína factor de crecimiento de fibroblastos-2 (FGF2), que resulta clave en la conversión de células normales en tumorales, y así, en el desarrollo del cáncer.

La proteína FGF2 estimula el cáncer

El equipo diferencia entre dos capas de grasa abdominal: la superior, conocida como grasa subcutánea, que se encuentra justo debajo de la piel; y la que está debajo, llamada grasa visceral, que se considera más dañina. Tras experimentar con un grupo de ratones que fueron alimentados con una dieta rica en grasa, descubrieron que la capa visceral produjo mayores cantidades de FGF2, y vieron que ésta estimulaba ciertas células que ya eran vulnerables a la proteína, y las hacían crecer hasta convertirse en tumores. En una segunda fase, recopilaron tejido graso visceral de mujeres sometidas a histerectomías y detectaron que cuando las secreciones de grasa tenían más presencia de la proteína FGF2, hubo más células sanas que acabaron transformándose en tumorales cuando se transfirieron a los ratones. De aquí se deriva que la grasa de ratones y humanos puede hacer que una célula no cancerígena se transforme de forma maligna en una célula tumoral.

Hormonas y genética, en el punto de mira

El grupo de científicos también ha expresado que las hormonas estrógenas podrían influir en el riesgo de cáncer, aunque muchos de los estudios que lo han señalado sólo han sido capaces de demostrar una asociación y no una causa directa de cáncer. Y del mismo modo, también se sabe que el papel que juega la genética en ese proceso es clave. Los investigadores han avanzado además que ya están trabajando en la búsqueda de nuevos compuestos antitumorales que puedan detener los efectos del FGF2.