Hace tan solo unos días, Google presentaba Lens, su nueva aplicación centrada en la inteligencia artificial. Esta herramienta del gigante TIC fija el foco en ese tipo de inteligencia, llamada también computacional. Mientras muchos la observan como un elemento que marcará el futuro desde todos los puntos de vista, otros la miran con recelo, por su repercusión en la vida de las personas.

Grosso modo se trata de un programa de computación diseñado para realizar determinadas operaciones que se consideran propias de la inteligencia humana, como el autoaprendizaje. Una definición más amplia la ofrece Vicenç Torra, investigador del CSIC que aquí se puede leer y en la que analiza de forma clara, los tipos e, incluso, sus usos.

Es en este punto, el de su plasmación real, donde más controversia genera. Si se habla de coches autónomos, comercio electrónico, gaming, Internet de las Cosas, robótica, etc., seguramente no seamos conscientes de la enorme repercusión que tiene ya en la vida cotidiana.

'El Factor Frankenstein'

No obstante, hay una materia que provoca mayor controversia, y eso que su incidencia todavía no es tan evidente: el empleo.

Bajo la denominación ‘El Factor Frankenstein: Anatomía del Miedo a la IA’, SogetiLabs de la consultora especializada en soluciones TIC, Sogeti, ha publicado un estudio en el que pone de manifiesto que “más de un tercio de los ciudadanos de la UE cree que la inteligencia artificial será una amenaza para la supervivencia del hombre a largo plazo”.

El temor existe y adquiere más fuerza a medida que se analizan los datos que arroja el informe. En la carrera actual por desarrollar la IA más humana posible, las diferentes empresas punteras en esta materia muestran su músculo con anuncios llamativos. Menciona el trabajo, por ejemplo, los muy comentados “cerebro-ordenadores” de Facebook que, se supone, serán capaces de convertir pensamientos en texto, o la idea que se plantea Elon Musk con su compañía Neuralink y la conexión cerebral entre ordenadores y humanos.

Repercusión en el empleo

Sin duda alguna, este tipo de datos tienen una repercusión clara entre la ciudadanía, en particular si se habla de la posibilidad de que cómo puede afectar esta tecnología al empleo.

A esto hace referencia ‘El Factor Frankenstein: Anatomía del Miedo a la IA’. Hasta un “46% de los europeos no ve ningún beneficio en la idea de desarrollar robots con aspecto humanoide, capaces de desarrollar tareas que pueden ser realizadas por el ser humano”, elevando el estudio ese porcentaje al 60% entre quienes creen que en una década “habrá menos puestos de trabajo debido a los robots”.

Tema recurrente

De este temor se ha hablado en foros internacionales y a él se han referido diversos expertos, como Josep Lladós, profesor de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya.

Hace un año advertía de que la presencia de robots e inteligencia artificial en el mercado laboral requiere que se lleve a cabo una reformulación “de los puestos de trabajo existentes", mediante el fomento, entre otras cosas, de la llamada “inteligencia creativa”.

La sustitución del ser humano por la IA, con independencia de la forma que ésta adquiera, ya tiene cifras. Se calcula que de 2015 a 2020 se perderán entre 5 y 7,1 millones de empleos.

El dato es demoledor, de ahí que el trabajo de Sogeti recomiende incluir las “emociones de los ciudadanos en los planes de desarrollo” de esta tecnología, abogando porque “contemplen una variante terapéutica para hacer frente a estos temores”. 

Miedo al aislamiento

En palabras de Van Doorn, director de SogetiLabs, este miedo hay que tomarlo en serio puesto que “tenemos que ser conscientes de nuestros instintos básicos y el miedo que desencadena en muchas personas el hecho de enfrentarse a androides y autómatas, tendrá que ser tenido en cuenta por los desarrolladores de esta tecnología y los CIOs”.

A modo de conclusión, son llamativos –y reales como la vida misma, actual o futura- los comportamientos que subrayan ese temor del hombre a máquinas e IA: miedo a la dominación del propio ser humano, a que pueda descubrir cosas ocultas sobre nosotros mismos, a perder nuestra cultura y naturaleza y, por último, al aislamiento. Casi nada.