La Real Academia de la Lengua dedica tres acepciones al término felicidad: “Estado de grata satisfacción espiritual y física”; “persona, situación, objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz. Mi familia es mi felicidad”, y “ausencia de inconvenientes o tropiezos”.

“¡Cómo he disfrutado la película!”, “espectacular representación. Me ha emocionado”. Afirmaciones de este tipo son reales como la vida misma pero ¿somos felices en el cine o el teatro? ¿Se puede medir ese tipo de satisfacción y equiparla a la felicidad?

A lo largo de la historia y, en particular, en las últimas décadas, se han elaborado diferentes estudios que evalúan determinadas situaciones y su impacto en ese concepto abstracto (o no tanto).

El último da como resultado unas interesantes conclusiones publicadas bajo el título de 'El impacto de la cultura y el ocio en la felicidad de los españoles' por el Observatorio Social de “la Caixa”. En él, su autora Nela Filimon, profesora en la Universitat de Girona, aborda esos análisis y los datos extraídos del Barómetro del CIS.

Lo habitual, “debido al tipo de información de la que disponemos”, es que se mida ese impacto de las actividades culturales y de ocio sobre la felicidad y/o el bienestar desde un punto de vista individual, según señala.

Mejor compartidas

Sin embargo, tal y como Filimon recuerda y recoge el Observatorio, un trabajo elaborado en Reino Unido pone de manifiesto que “la percepción de felicidad es más alta para las actividades culturales y de ocio compartidas que en solitario”.

En España ocurre algo similar porque “para muchas de las actividades culturales y de ocio analizadas, hay una mayor proporción de personas que se perciben como más felices en compañía (por ejemplo, ir al cine, al teatro, ver un espectáculo deportivo, etc.) que en solitario (leer, escuchar música, oír la radio)”.

No se puede olvidar que, en la percepción subjetiva de la felicidad, existen una serie de condicionantes. Así, si bien es cierto que iniciativas como las descritas “contribuyen a aumentar en nosotros esa percepción de felicidad”, siempre en conexión con las emociones, “no todas ellas nos impactan de la misma manera e intensidad, por ejemplo, las artes plásticas frente a la poesía”, indica la autora a ELPLURAL.COM.

El estudio revela las dificultades que existen para medir ese estado de ánimo, a lo que no ayuda el número de definiciones y términos asociados a él. No obstante, sí es posible establecer qué actividades influyen en la percepción de la felicidad y, en el caso español, afirma la autora, “todas las analizadas tienen unas puntuaciones medias elevadas en la escala de felicidad, oscilando entre 7,29 y 7,5”, calificando de 0 a 10.

Los espectáculos deportivos también generan felicidad, y si no que se lo digan a los aficionados del Atlético de Madrid este domingo. (Foto: EFE)

Pero ¿cuáles son las que proporcionan ‘mayor felicidad’?

Ir al cine o al teatro, a un evento deportivo o un concierto se encuentran “entre las más valoradas”. Un dato curioso es que son las menos frecuentes en la vida cotidiana; por el contrario, otras más habituales como ver la televisión u oír la radio “ocupan las posiciones más bajas”. Esto, para la autora, “invita a realizar más análisis para entender mejor la correlación entre el consumo cultural y la felicidad, y sus determinantes”.

El dinero no da la felicidad... cultural

El estudio publicado por el Observatorio Social de “la Caixa” también analiza la importancia de la renta disponible a la hora de ser más o menos felices. Las investigaciones en países desarrollados revelan que, a partir de un cierto poder adquisitivo, “más riqueza no es garantía de mayor felicidad”. Es lo que se conoce como ‘Paradoja de Easterlin’.

La afirmación es contundente pero no excluye el hecho de que “el nivel de renta de las personas sea una de las principales barreras para un mayor consumo de, al menos, algunas actividades culturales y de ocio”, aclara Nela Filimon.

Enseguida podría pensarse en el precio de algunos espectáculos teatrales o musicales. Esto no significa que sea necesaria la subvención masiva, pero sí resultaría interesante, y así coinciden muchos estudios, “garantizar un mayor acceso a la cultura para todos”.

En palabras de la autora, esto supone “no solo limitarse a intervenciones con efectos directos sobre los precios de las actividades culturales”, sino que “el apoyo al arte callejero, a las tradiciones y fiestas populares, tienen también una dimensión lúdica, no menos importante”.

El país de la felicidad

Llegados a este punto, muchos probablemente empezarán a introducir en su ‘menú’ diario de felicidad acudir al ballet, ver partidos de fútbol o ir dos veces al mes a una exposición. Nela Filimon deja claro que “aunque la cultura y el ocio contribuyen a nuestra felicidad, es evidente que no son el único factor y tampoco el más determinante”.

Entonces entran en escena factores más mundanos, materiales y otros como “las condiciones sociales y políticas”, sin olvidar “unos valores ético-morales menos individualistas”.

Lograr esa sensación de felicidad en cualquier faceta de la vida no es sencillo. Sin embargo, parafraseando a Rick Blaine en Casablanca, “siempre nos quedará – o siempre tendremos-... Bután”.

Este pequeño Estado de 800.000 habitantes de la cordillera del Himalaya es el único del mundo en el que existe el concepto de Felicidad Nacional Bruta, al que se otorga más importancia que al PIB. Un código legal de 1729 ya recogía que “si el gobierno no puede crear la felicidad (dekid) para su pueblo, no existe un propósito para que el gobierno exista”. Por algo es conocido como ‘el país de la felicidad’ y dando, además, contenido a la 'Paradoja de Easterlin'.

Y todo esto sin confundir alegría con felicidad.