A mediados de los años 80, la gran preocupación global sobre el clima se centraba en la capa de ozono, la responsable de filtrar los rayos ultravioleta del Sol. El exceso de esta radiación se asocia a enfermedades como el cáncer de piel y las cataratas, además de reducir la producción agrícola y destruir ecosistemas marinos.

Los CFCs se utilizaban principalmente en la fabricación de neveras

Así que, el 26 de agosto de 1987, los representantes de los países miembros de Naciones Unidas se reunieron para, básicamente, declarar la guerra a los clorofluocarbonos [CFCs], los gases responsables del famoso agujero de la capa de ozono.

Hasta ese momento, los CFCs se utilizaban principalmente en la fabricación de neveras. En 2006 se registró el momento de mayor tamaño del agujero de la capa de ozono y, a partir de entonces, gracias a la reducción del uso de CFCs y otras medidas establecidas por el protocolo de Montreal, se ha ido recuperando. De hecho, es una prueba de que cuando queremos, los seres humanos podemos luchar contra el cambio climático de forma conjunta.

Al ritmo al que el océano libera CFCs en la actualidad, su impacto es inapreciable

Reservas

Sin embargo, las mayores reservas de CFCs se encuentran en el océano, que los absorbe de la atmósfera y los arrastra hasta las zonas más profundas, donde permanecen “secuestrados” durante siglos.

La ciencia les ha encontrado una utilidad, principalmente para estudiar el comportamiento de las corrientes. Y, al ritmo al que el océano los libera en la actualidad, su impacto en las concentraciones atmosféricas es inapreciable.

El cambio climático ha acelerado el proceso de liberación de CFCs

Cambio de proceso

Sin embargo, un estudio publicado por un equipo de investigación del Massachusetts Institute of Technology [MIT] en Proceedings of the National Academy of Sciences, ha revelado que a partir del año 2075, el océano comenzará a emitir más CFC-11 a la atmósfera. Las cantidades serán detectables a partir de 2030.

Según los resultados de la investigación, el cambio climático ha acelerado una década el proceso y la principal consecuencia será que este tipo de CFC permanecerá hasta cinco años en la atmósfera, lo que modificará las estimaciones de presencia de este gas en ella.

“Para cuando lleguemos a la segunda mitad del siglo XXII, tendremos un flujo procedente del océano suficiente como para que parezca que alguien está haciendo trampas en relación al protocolo de Montreal. Pero será simplemente que está saliendo del océano”, explica Susan Solomon, coautora del estudio.

Las concentraciones en las aguas marinas son muy diferentes a las del aire

Reacción con el ozono

Cuando el CFC-11 se emite a la atmósfera, genera una reacción en cadena que termina por destruir el ozono. Se estima que, desde su prohibición, el océano ha absorbido entre un cinco y un diez por ciento de todas las emisiones procedentes de su fabricación.

No obstante, las concentraciones en las aguas marinas son muy diferentes a las del aire. De hecho, se incrementará y saturará el océano. Ese es el motivo de que este, en lugar de almacenarlo, comience a emitirlo.

“Las emisiones generadas por los seres humanos fueron tan enormes, que lo que absorbía el océano era irrelevante”, dice Solomon. Pero, como ella misma explica, a la hora de establecer planes para eliminarlas, debemos tener en cuenta que el proceso se va a invertir.

Un océano más frío absorbe más CFCs

Impacto

Para calcular el impacto del cambio climático en el proceso, el equipo de investigación ha calculado un incremento de cinco grados centígrados en la temperatura del planeta a final del año 2100. Con esa variable, el cambio del comportamiento del océano se adelanta diez años, hasta 2140.

“Un océano más frío absorbe más CFCs”, aclara Peidong Wang -que es el autor principal de la investigación-. “Cuando el cambio climático lo caliente, se convierte en un reservorio más débil y libera gas un poco más deprisa”. Es un proceso que sucedería de todas formas, aclara, pero lo haría más tarde y más despacio.