Más del 80% de los españoles son propietarios de una vivienda (el 68 por ciento de una y el resto de dos o más), según datos que se desprenden del informe Radiografía del Mercado de la Vivienda 2016-2017. Esta circunstancia permite afirmar con rotundidad que el nuestro es un país de propietarios.

“La vivienda es clave para todo, para tener un trabajo, acceder a los servicios sociales, porque precisamos disponer de un domicilio en el que estar localizados” dice Irene Lebrusán, doctora en Sociología, experta en Sociología Urbana y profesora asociada en la Universidad Carlos III de Madrid. La afirmación no es baladí y conduce a otra afirmación contundente: de disponer de una buena vivienda depende nuestra calidad de vida. Y esto “más allá de que gocemos de unas buenas relaciones sociales”.

La dificultad con la que se encuentran los jóvenes para acceder a una vivienda es evidente, pero ¿qué ocurrirá si lo logran y, con el tiempo, llegan a mayores? Lebrusán acaba de publicar un estudio en el Observatorio Social de “la Caixa” que analiza este fenómeno que une vejez y vivienda bajo el título Envejecer en casa. ¿Mejor en el pueblo o en la ciudad?.

Entre otras cuestiones, el trabajo establece la conexión entre vivienda y mayores, poniendo de manifiesto que esa calidad de vida, al margen de ser o no propietarios, relativa al lugar donde residimos depende de una serie de factores que influyen en las personas con independencia de su edad. Sin embargo, a medida que envejecemos, esos elementos se multiplican y acumulan, adquiriendo una importancia negativa todavía más acentuada.

Envejecer viviendo en nuestra casa

El estudio establece que “preferimos envejecer en nuestra vivienda, que no es más que envejecer en sociedad”.

Las residencias se han convertido en una alternativa para muchas familias y en un millonario filón para las compañías que las gestionan. A pesar de que se dice que en ellas también se envejece en sociedad, Irene Lebrusán asegura que no es así porque en ellas “solo hay personas mayores y en un porcentaje importante ya con importantes problemas de salud. En definitiva, cuando ya no nos podemos plantear vivir solos es cuando aparece la alternativa de la residencia. Pero preferimos llegados a esta edad vivir en casa”.

Diferentes análisis subrayan que envejecer en el piso propio significa hacerlo con más calidad de salud, un dato que “es evidente en el caso de personas en situación de dependencia porque los datos demuestran que viven más años y en mejores condiciones que si lo hacen en una residencia”.

Los mayores, en un porcentaje elevado, prefieren envejecer en su propia casa.

El problema aparece cuando, ante una evidencia como la descrita, esas viviendas donde las personas mayores envejecen y no cumplen las necesidades básicas para una vida de calidad.

No únicamente la soledad

En momentos del año como el actual o en navidad, es habitual ver en los medios de comunicación noticias sobre la soledad de las personas mayores. Sin restarle importancia, Lebrusán señala a ELPLURAL.COM que, si bien es cierto que la “soledad es un problema grave, hay que distinguir entre vivir solo y vivir en soledad”. Son las relaciones humanas que un anciano puede tener “en su barrio con el resto de vecinos, el poder ir al parque a pasear o jugar a la petanca”.

El informe se refiere a ello y a que las dificultades, sin duda alguna, aumentan debido a lo que su autora denomina “vulnerabilidad residencial, que puede ser mínima, media y extrema”. Este término hay que diferenciarlo de las situaciones de exclusión social, que se dan, por ejemplo, en los poblados chabolistas.

La vulnerabilidad residencial, explica Lebrusán, se refiere a esos mayores que sí tienen vivienda, “por lo que tienen cubierta la necesidad residencial, pero una vez que analizamos su situación se descubre que no disponen, por ejemplo, de agua corriente, de bañera, ducha o wáter”. Es evidente que “esto no lo definimos como exclusión social, aunque sí como una situación de vulnerabilidad clara”.

En España, según el estudio publicado por el Observatorio Social de “la Caixa”, el 20,1 por ciento de los mayores de 65 años, es decir, 1.596.675 personas, reside en viviendas que sufren vulnerabilidad residencial extrema. Este porcentaje, curiosamente, es más elevado en ciudades de entre 10.000 y 100.000 habitantes, llegando incluso al 23,5% del total de la población mayor en municipios con entre 20.000 y 50.000 habitantes.

Mejor en las ‘megaurbes’

“Es un dato más que preocupante, porque pone sobre la mesa una cifra alta de personas mayores en situación de riesgo”, señala su autora. Del mismo modo, llama la atención sobre la práctica habitual de invisibilizar dicho dato porque -insiste- como España “es un país de propietarios, toda política de vivienda se asume como política laboral”.

Ejemplos a lo largo de los últimos años ha habido unos cuantos que se pueden resumir en que, ante un episodio problemático en materia de empleo “se cambia la Ley del Suelo para que se construya más y todavía más gente pueda acceder a una vivienda”. Esto conlleva la asunción de otra afirmación equivocada: cuando somos propietarios ya no tenemos problemas de vivienda. La aseveración, además de desacertada, es falsa y también en estos lustros de crisis económica se han dado diferentes ejemplos.  

Un alto porcentaje de mayores españoles presenta una situación de invulnerabilidad residencial por diferentes motivos.

El citado porcentaje sobre mayores que sufren vulnerabilidad residencial extrema, sirve a la autora del análisis para llegar a otra conclusión: los pueblos más pequeños (de menos de 10.000 habitantes) y las urbes más grandes (que alcanzan o superan los 500.000) son los que ofrecen un nivel superior de protección a los mayores. En las grandes ciudades, por ejemplo, a través de los planes de rehabilitación de pisos antiguos, mientras que en los pueblos se sirven de fórmulas más solidarias de acceso a la vivienda.

Esperando la solución

El estudio Envejecer en casa. ¿Mejor en el pueblo o en la ciudad? desarrolla un diagnóstico sobre un asunto cuya gravedad irá en aumento debido al incremento de la esperanza de vida y al envejecimiento de la población española.

Su autora tiene claro que las soluciones al diagnóstico realizado han de llegar “de las administraciones. Si tú tienes un problema, según nuestro sistema, las administraciones te atienden, pero no siempre es fácil para los mayores relacionarse con su administración pública en una materia como esta”.

Quizás a esto ha ayudado esa especie de conclusión social no escrita que determina que los mayores son cosa de sus familias. Y ¿qué ocurre con aquellos que no tienen familiares porque sus hijos han fallecido o en su momento decidieron o no pudieron tener descendencia? ¿Y con quienes teniéndolos, deciden envejecer en su propia casa? Las preguntas precisan de respuestas urgentes para lo cual la “administración tiene que tomar el control” en este sentido.

La demora no puede ser muy prolongada porque mientras tanto, el número de mayores sin electricidad, sin agua o sin ascensor para subir a su vivienda del tercer piso, continúa creciendo.