El ser humano, por regla general, según revelan algunos estudios y ratifica la tradición oral que se transmite a través del boca-oreja, no suele ser buen paciente o enfermo por distintas circunstancias.

Hasta el momento, buena parte de los trabajos que se centran en las relaciones entre paciente y facultativo se basan en la alta capacidad que las personas muestran a la hora de poner en práctica la automedicación, una costumbre que deja a un lado las recomendaciones en contra de organismos médicos e instituciones públicas y privadas y que, incluso, puede poner en riesgo su salud.

Sin duda alguna, este tipo de casos goza de relevancia informativa que, por el contrario, deja a un lado otros supuestos que también tienen importancia, y  que, sin embargo, se obvian en muchas ocasiones. Es el caso de los pacientes a los que se prescribe un tratamiento y deciden no iniciarlo, cuyo impacto sociosanitario negativo es más que destacado.

Así lo pone de manifiesto el trabajo ‘¿Nos tomamos los medicamentos que nos recetan los médicos?’, publicado por el Observatorio Social de “la Caixa” y que ofrece información sorprendente con respecto a diferentes parámetros.

Sus autores son María Rubio-Valera e Ignacio Aznar Lou, investigadores del Parc Sanitari Sant Joan de Déu de Sant Boi de Llobregat. El  texto arranca con una afirmación contundente: “No iniciar los tratamientos prescritos por los médicos de atención primaria tiene un impacto, solo en Cataluña, de hasta 44,5 millones de euros al año”. Lo primero que hacen a ELPLURAL.COM es aclarar que “estamos hablando de no iniciar los tratamientos”, no de no tomarlos.

Precisamente, el aspecto económico con el que comienza el trabajo es, quizás, el que más hay que subrayar.

A priori, los pacientes que deciden no empezar un tratamiento ahorran en medicamentos y acuden menos a centros de salud. En palabras de Rubio-Valera, esta actitud “genera un ahorro en gasto farmacéutico, pero el sistema sanitario es mucho más”.

En efecto porque, tal y como esta investigadora pone de manifiesto, “no iniciar un tratamiento se asocia con más visitas domiciliarias y un mayor número de días de baja laboral”, consecuencias que conllevan, a la larga, mayores pérdidas para el sistema sanitario.

De manera casual

La incidencia mediática de la automedicación es evidente, de ahí que llame la atención la materia que analiza este trabajo.

Como indican sus autores a El Telescopio tal vez nadie se había fijado en este fenómeno porque “nadie pensaba que fuera importante”, indica Ignacio Aznar Lou. Por su parte, su compañera de investigación reconoce que, como sucede muchas veces con la ciencia, “el inicio de este proyecto fue casual” y se produjo “durante el desarrollo de mi tesis, en la que intentaba mejorar el cumplimiento de los pacientes con su tratamiento antidepresivo y detecté que el 7% de los participantes del estudio nunca retiraron su medicación antidepresiva”.

A partir de ahí, al entrar más a fondo “descubrimos que este era un comportamiento más habitual de lo que creíamos y que afectaba a todas las patologías y poblaciones. Ahora queremos saber más, vamos a explorar este problema en otros grupos de poblaciones, como los niños, y a intentar evaluar su impacto a largo plazo”.

Antes de llegar a ese punto, en el estudio publicado por el Observatorio Social de “la Caixa” ya se establecen aquellos grupos de población que más se ajustan a lo que describe su título.

Como aseguran sus autores, los jóvenes son “más reacios a iniciar un tratamiento, esto puede ser debido a una negación de la enfermedad o una menor percepción de riesgo”. Pero también influye el país de origen, “siendo las personas de origen americano las que menos inician los tratamientos y las de origen africano las que más lo hacen”.

Otros factores

Al margen de lo anterior, esta investigación analiza también otros elementos como, por ejemplo, aquellos que tienen que ver con la propia salud de los pacientes. “Las personas que tienen dolor son más remisas a comenzar tratamientos en general, mientras que las que tienen diabetes son más partidarias a iniciarlos”, afirma María Rubio-Varela.

También importante es el papel del médico encargado de prescribir una receta o tratamiento, al que los autores califican como “clave”, hasta el punto de que el trabajo revela que existían más reticencias a comenzarlo “si había sido prescrito por un médico sustituto o residente”.

Asimismo, otro detalle fundamental es el de la propia relación que establece el facultativo con su paciente. Lo que denominan como “alianza terapéutica” adquiere el calificativo de destacado “no sólo en el cumplimiento”.

Sin duda, que exista un “vínculo de confianza paciente-médico depende del profesional, que debe tener buenos conocimientos clínicos y ser empático, permitiendo al enfermo expresar y resolver sus dudas”; pero esa relación también depende del paciente que “debe empoderarse y responsabilizarse de su salud, implicándose en su tratamiento y apoyándose en el profesional”.

A modo de conclusión, y para paliar en lo posible este tipo de comportamientos y sus consecuencias tanto para la salud de las personas, como para la economía, el trabajo de los investigadores del Parc Sanitari Sant Joan de Déu publicado por el Observatorio Social de “la Caixa” aboga por “la aplicación de políticas e intervenciones específicas cuanto antes en la atención primaria española”, siempre con la colaboración de “todos los agentes del sistema”, es decir, médicos, enfermeros, trabajadores sociales, especialistas y farmacéuticos.