Hay una pregunta en el mundo del fútbol cuya respuesta evoluciona al igual que lo hace este deporte: ¿qué se le pide a un portero? Durante los primeros 100 años de la historia del balompié, la premisa del aficionado medio, del director deportivo, del entrenador, y de cada uno de los eslabones que componen al deporte rey era clara: un portero tiene que parar. Sin embargo, la adición de un elemento clave provocó un terremoto en una posición que ya era la más complicada del terreno de juego. La entrada en vigor de la ‘cesión’ derrumbó los cimientos sobre los que se construía el guardameta antiguo y puso la primera piedra para esculpir al portero moderno.
Lev Yashin, el máximo exponente del portero clásico
Durante la primera mitad del siglo XX, pocos arqueros hicieron resonar su nombre en el terreno de juego. El español, Ricardo Zamora, fue uno de los más reconocidos a nivel mundial, siendo un pionero en la posición, pero el meta que aportó un significado diferente y popularizó la figura del cancerbero fue el soviético, Lev Yashin. Apodado ‘La Araña Negra’, jugó toda su carrera en el Dínamo de Moscú. Su imponente 1,89 de altura, sumado a su agilidad para ir al suelo y la gran habilidad que poseía en el despeje de puños, le convirtieron en la figura tanto de su equipo como de la selección de la URSS.
Yashin no era el portero más estético y tampoco era un especialista en el blocaje. Es posible que, en el fútbol moderno, apenas destacase, pero es un error mirar el pasado con los ojos del presente. El soviético fue un revolucionario e inspiró a toda una generación de porteros que quería ser como él. El guardameta antiguo ‘solo’ tenía que parar y despejar, pero sin duda, Yashin fue el mejor en esas labores. Su Balón de Oro en 1963 lo demuestra. El único cancerbero que posee tan ansiado reconocimiento.
La norma que lo cambió todo
Durante las décadas de los 70 y los 80, no hubo una gran evolución en la posición del portero. La ‘escuela Yashin’ predominaba en la portería y arqueros como Sepp Maier, Dino Zoff, o Iribar, en España, eran algunos de los más destacados, pero por la misma razón que el soviético: firmes bajo palos y seguros en los despejes. A comienzos de la década de los 90, llegaría el cambio. Los equipos empezaron a aprovecharse en demasía de que su cancerbero pudiera coger la pelota con las manos tras recibir el pase de un compañero, adquiriendo los partidos un tinte aburrido.
La FIFA respondió impulsando la norma de la cesión, para que eso mismo no ocurriera durante los encuentros. El fútbol ganó en espectacularidad, pero el portero tuvo que reinventarse, ya que el juego de pies pasó a formar parte de sus labores sobre el terreno de juego. La norma abrió un camino que, poco a poco, los entrenadores fueron explorando. Uno de los primeros fue Johan Cruyff, ya que el portero en su Dream Team era un jugador de campo más, ubicándose adelantado y participando en el juego de ataque del equipo. La verdadera gran revolución llegó cuando el alumno aventajado del holandés, Pep Guardiola, se hizo con el banquillo del FC Barcelona.
La aparición del portero moderno
Víctor Valdés fue el meta titular de aquel Barça de Guardiola que maravilló al mundo. En varias entrevistas ha reconocido que su primer pensamiento cuando el técnico le comunicó su nueva función en el campo fue pensar que estaba loco. Valdés era notable en el juego de pies, aunque cometió varios errores que le costaron críticas. Un estilo tan arriesgado expone mucho al portero. A diferencia del resto de posiciones, que cuentan con una red de seguridad en caso de cometer un error, el fallo del portero condena al equipo, y jugando así, las posibilidades de que esto se dé se multiplican.
En Alemania, escuela de grandes cancerberos a lo largo de la historia, también comenzó a trabajarse esta idea. Destacaron por encima del resto dos porteros: Manuel Neuer y Marc-André ter Stegen. El primero, considerado uno de los mejores de la historia, ha hecho carrera en el Bayern Múnich. En el terreno de juego, defiende la portería y, además, hace las veces de un líbero. En ocasiones, parece el tercer central del equipo. El propio Pep Guardiola, durante su etapa en Alemania, se quedó con ganas de probarle un partido de mediocentro.
Neuer es el portero total, el mejor en casi todas las facetas, pero con los pies, Ter Stegen es aún mejor. El actual portero del FC Barcelona es el último eslabón de la cadena evolutiva llevado al extremo. Bajo palos, su rendimiento ha sido más que notable la mayor parte de temporadas, pero lo que más ha destacado del alemán desde que llegó en 2014 al club blaugrana es su capacidad para sofocar presiones, encontrar al hombre libre y lanzar al equipo en ataque. Tal es la confianza en su juego que, varias veces, ha cometido excesos que le han costado unos cuantos goles en contra.
El portero ya es, de forma oficial, un jugador de campo más, y cada vez más técnicos aplican esta idea en su libreto. Desde prebenjamines hasta categorías profesionales, se trabaja en el juego de pies de los guardametas incluso más que en otras facetas que antes eran más decisivas. Un portero ya no tiene que parar y despejar, ahora también debe saber seleccionar cuál es la mejor salida para su equipo y ejecutarla a la perfección. Lo próximo será pedirle que marque goles y, si los falla, pegarle ‘palos’ por ello.