Tranquilo, no vamos a torturarte hablando del tamaño medio del miembro íntimo de nuestros candidatos. A pesar de tanta campaña electoral, aún mantenemos la cordura. Nuestro artículo está referido al otro cerebro, aquel que a veces toma decisiones de gran relevancia sin consultarte primero (sí, más o menos como el otro). Y tú dirás, pero si soy un ser racional, todas mis decisiones son fruto de la reflexión. Pues no. Siento decirte que es falso, al menos eso aseguran los científicos. 

Albert Rivera y Pedro Sánchez parecen mostrarse bastante "animados" en esta imagen. Si te fijas, Sánchez carga a la derecha y Rivera a la izquierda ¿casualidad? No creemos.
Tranquilos, nuestro artículo no versa sobre esto, sino sobre el otro cerebro.

El perverso villano que a veces decide por nosotros tiene nombre y apellidos: efecto halo. Se trata de un sesgo cognitivo que provoca que atribuyamos cualidades positivas a la gente basándonos en su aspecto físico, aún cuando no disponemos de información de ningún tipo de esa persona. Fue detectado por primera vez por el psicólogo y pedagogo Edward L. Thorndike en 1920, quién lo acuñó así, como podéis imaginar, por la aureola que cubre la cabeza de los santos en las estampitas. Tras él, numerosos académicos se han dedicado a investigar este sesgo, obteniendo conclusiones de lo más curiosas.

Dime cuánto mides y te diré cuánto ganas

En el instante en que conocemos a una persona nueva, nuestro cerebro tarda milésimas de segundo en hacerse una idea de su carácter basándose en su aspecto físico. No hay nada que podamos hacer contra ello, de ahí la importancia de la frase "la primera impresión es la que queda". Nada tiene que ver con que seamos personas a las que no nos gusta juzgar a los demás, nuestro cerebro lo hace por cuenta propia sin pedir permiso. 

Uno de los rasgos que más contribuyen a que se produzca este sesgo es la altura. Una investigación realizada en 2004 publicada en la revista especializada Journal of Applied Psychology, confirmaba lo que ya sabíamos: que la gente guapa nos cae mejor (y en consecuencia les va mejor la vida). Pero además, añadía un dato valiosísimo: las personas altas no solo aparentaban tener madera de líder a ojos de los demás, sino que esta ventaja genética también afectaba a su sueldo. Según calcularon los científicos, la diferencia entre una persona alta y otra bajita viene a rondar los 270 € por centímetro al año. Es decir, la diferencia entre una persona que mide 1,85 frente a otra que mide 1,65 es de 5.400 € al año. ¿Quién dijo que el tamaño no importa?

La ciudadanía tiene una clara preferencia por líderes altos y corpulentos

Hace cuatro años, la Universidad de Texas publicó otro estudio en la misma línea en la revista científica Social Science Quarterly. Según sus conclusiones, la ciudadanía tiene una clara preferencia por líderes altos y corpulentosNo seas duro contigo mismo si reconoces que eres una víctima del efecto halo, según los autores este comportamiento puede deberse a una cuestión evolutiva. Desde las sociedades prehistóricas hemos elegido a líderes que, al menos, tuvieran aspecto de serlo. Y en nuestra era, esta cuestión no ha cambiado un ápice.

Los científicos texanos pidieron a 467 personas que realizasen un sencillo dibujo: el de un ciudadano corriente y el de un "líder nacional ideal" ¿imagináis que pasó? El 64% de los voluntarios dibujaron al ciudadano de a pie bajito y al líder mucho más alto. Además, la investigación también llegó a la conclusión de que las personas altas también se solían ver a sí mismo como líderes.

El caso español

Echemos un vistazo a otro detalle. Si nos fijamos detenidamente en la altura de los presidentes de Estados Unidos que han gobernado desde comienzos del siglo XX, nos daremos cuenta de algo sorprendente: ninguno mide menos de 1,75. Es más, la media es de 1,83 m. cuando la del resto de la población masculina norteamericana durante ese periodo era de 1,70. Al parecer para llegar al poder hay que dar la talla. Literalmente hablando, claro. La metafórica parece tener menos importancia entre el electorado.

Extrapolemos los datos de este estudio al caso español en la medida de lo posible. España ha tenido seis presidentes durante toda la democracia. Desde el atlético y fibroso Adolfo Suárez (1,77) a Mariano Rajoy, que aunque le afea algo la cara es alto y luce nada menos que 1,88 m. de estatura. Pero fijémonos más en profundidad y hagamos la media entre todos ellos.

Durante el periodo democrático, la media de altura del hombre español ha aumentado desde 1,69 m hasta el 1,73 m de hoy. Teniendo en cuenta ese dato, podríamos decir que escogemos a líderes que superan unos 10 centímetros la altura normal (y eso que Aznar la baja considerablemente). Por tanto, parece que esto se cumple. Pero hay un caso concreto donde reina la controversia.

Veamos más de cerca a los candidatos actuales:

Unos más y otros menos, pero como vemos la media de los candidatos españoles está por encima de la media. Ahora bien, basándonos en que la elección se dejase a la suerte de este perjudicial sesgo cognitivo, Sánchez debería ser el candidato preferido de la ciudadanía, seguido de Mariano Rajoy, Albert Rivera y Pablo Iglesias. ¿Es así? Según la valoración de los ciudadanos sobre los líderes no: el más valorado es Rivera (1,79), seguido de Sánchez (1,90), Iglesias (1,76) y Rajoy (1,88) a la cola del pelotón. Parece que el efecto halo no ha calado tan hondo en los españoles. 

La historia de la neuropolítica recuerda que el 58% de las elecciones fueron ganadas por el candidato más alto. Más de la mitad. Pero existen otros casos en los que no fue así. En el caso español tenemos a Aznar, que no pasa del 1,70. Fuera de nuestras fronteras encontramos a líderes como Gandhi (1,60) o Sarkozy, que se ponía calzas para subir de su discreto metro sesenta y cinco. 

Una imagen vale más que mil palabras
El efecto halo (que recordemos no solo se limita a la altura, sino también al atractivo físico), no solo afecta a la forma de ver a nuestros líderes políticos sino también a otros campos como el sistema educativo o procesos judiciales.

Estudios realizados en la década de los 60 y los 70 se percataron de que este sesgo cognitivo también influía notablemente en los juicios. Cruzando datos, observaron que las personas atractivas corrían mejor suerte en los juicios con jurado, saliendo exculpadas o con una pena menor a la esperada. Según demostró la investigación, este sesgo se pronunciaba de forma notable en los hombres que se veían obligados a decidir sobre la presunta inocencia o culpabilidad de una mujer atractiva.

Recientemente la web de contactos OkCupid puso en marcha un experimento que vuelve a confirmar esta teoría. Pidieron a un grupo de voluntarios que puntuasen varios perfiles de su web, en relación con el atractivo físico y la personalidad. ¡Sorpresa! A las personas valoradas como más atractivas por los participantes se les atribuía una mayor personalidad, así como a las menos agraciadas lo contrario. Asombrados, decidieron dar una vuelta más de tuerca a la prueba: retiraron todo texto vinculado que pudiese definir a la persona que sale en la fotografía ¿Resultado? exactamente el mismo. Una de las personas que más personalidad y liderazgo desprendía era una chica muy mona corta de ropa ¿conclusión? da igual lo bien que te vendas: una imagen vale más que mil palabras.