Nos aseguraba el líder de la oposición, con oportunidad o sin ella,  machaconamente, que él sabía muy bien lo que había que hacer con la economía.

Que él, Mariano Rajoy, tenía un plan para que España recuperara la confianza de los mercados, de la Unión Europea, del Fondo Monetario Internacional, de la OCDE y del Sursum Corda. Para que España recuperara la posición que otrora disfrutara en la comunidad internacional.

Tres meses después de instalarse en La Moncloa elevado por una mayoría de ciudadanos que, decepcionados con el Gobierno interior, creyeron en su palabra, parece que no tenía ni planes ni recetas.

Está empeñado, es verdad, en un trepidante impulso reformista pero dirigidos en buena parte hacia aspectos que tienen una relación más bien lejana con la crisis o ninguna relación con ella: algunos capítulos de la reforma laboral o  la subida de impuestos, por no hablar del aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Es verdad que ha acertado, y esta es su medida más eficaz, en organizar un procedimiento para que los proveedores puedan cobrar las deudas de los Ayuntamientos.

También hay que reconocerle sus buenas intenciones en acercarse a la dación de la vivienda como pago de la deuda hipotecaria, aunque fiada a la buena voluntad de la banca que lo hace un tanto problemático.

Y en lo que se refiere a la ley de transparencia, una iniciativa saludable, se condiciona este objetivo a que no genere dificultades económicas. O sea que habrá la transparencia justa que se puedan permitir los actores económicos.

En un asunto crucial de la crisis, la salud de las entidades financieras, que no terminan de digerir 300.000 millones de euros de ladrillo, el presidente parece estar dando palos de ciego, salvando entidades insalvables y dejando en la indefinición lo esencial de la reforma. Y eso que cuenta con el apoyo del Partido Socialista.

Hasta el presidente de la patronal bancaria, Miguel Martín,  ha tenido que advertir de que "se ha actuado sin rumbo fijo en la reforma bancaria", que "se han aprobado muchos decretos ley contradictorios”, y que todavía no está claro quien va a pagar el salvamento bancario.

Sin embargo, en lo que se refiere a la recuperación de la confianza de los mercados, de la Unión Europea, del FMI, de la OCDE o del Sursum Corda, nada de nada.

Visto lo visto uno tiene que rendirse a la evidencia de que, como decía Alfredo Pérez Rubalcaba, el único plan que tenía Rajoy era instalarse en el palacio de la Moncloa.

La prima hispana de Riesgo que con Zapatero era inferior a la italiana se ha dado la vuelta hasta el extremo de que el presidente Mario Monti se permite afearnos la conducta porque en su opinión estamos contagiando a los vecinos.

En el mismo sentido se han expresado gurus del sector privado como, de forma especialmente agresiva, el influyente economista jefe del Citi, el británico Willem Buiter, quien aseguró que "España está más cerca que nunca del impago".

La Unión Europea nos lee la cartilla cada día. Ahora insta al Gobierno a  zanjar la reestructuración del sector financiero para que la economía pueda recuperar la senda del crecimiento y nos ofrece el infamante camino del rescate.

José García Abad es periodista y analista político