Antoine había conseguido reunir la cantidad de dinero suficiente para comprar una granja en una aldea gallega y disfrutar de una jubilación tranquila junto a Olga, su esposa. Tras unos primeros meses de convivencia pacífica, Antoine se niega a ceder su finca a los promotores de un parque eólico, impidiendo con su decisión que sus vecinos puedan vender las parcelas colindantes y dejar atrás una vida de penurias, lo que desencadena una serie de eventos trágicos. Esta es la sinopsis de la película triunfadora en la última edición de los Goya, As Bestas.

A primera vista, es fácil simpatizar con Antoine y Olga: es lícito no querer abandonar tu casa ni vivir a la sombra de un molino de viento. Pero si todos actuáramos como ellos, ¿dónde construiríamos la infraestructura que necesitamos para abastecernos de energía limpia? Tiene que estar en algún sitio, ¿no?

Vivimos un momento de urgencia climática donde es vital para el planeta que consigamos proveernos de fuentes inagotables de energía que no emitan gases de efecto invernadero. La energía eólica y fotovoltaica, por las que hemos apostado en España, son fuentes de energía renovable, limpia, segura y sostenible que pueden ayudarnos a mitigar los efectos del cambio climático. Por otro lado, vivimos también tiempos de incertidumbre y hostilidad en las relaciones internacionales, lo que refuerza la importancia de contar con una energía localizada que nos permita no depender de terceros países. Por ello, es esencial llevar a cabo un despliegue acelerado de infraestructura energética limpia: donde sea y como sea.

Y pese a todo esto, existe una oposición local significativa a este tipo de proyectos. Aumentan cada día los casos de candidatos a alcaldes y alcaldesas en España que, ante los próximos comicios, rechazarán este tipo de proyectos como eje central de sus campañas. ¿Por qué? Porque molinos de viento y paneles solares apenas generan empleo, puesto que están prácticamente automatizados y requieren un mantenimiento especializado, no crean riqueza para el municipio y perturban el desarrollo de otras actividades económicas.

El paisaje también es importante para los vecinos. En lugares turísticos, los habitantes viven de la conservación de su entorno. Donde no hay turismo, también preocupa el paisaje, y aunque no exista aprovechamiento económico, quienes viven allí reclaman, lícitamente, que el entorno se mantenga en las condiciones de siempre.

Cuesta imaginar que alguien se preste voluntario para vivir frente a una instalación de estas características, de la misma manera que, históricamente, nadie ha querido hacerlo junto a un cementerio, un vertedero o una planta de depuración de aguas. Con la excepción de que cada una de estas tres cosas (cementerio, vertedero y depuradora) es necesaria en todos los municipios de España, mientras que, bajo el liderazgo de un buen alcalde o alcaldesa, puedes conseguir que los molinos y paneles que te suministren energía se instalen a cientos de kilómetros de tu casa.

No en mi patio trasero (por sus siglas en inglés, NIMBY) es un término utilizado para describir la oposición vecinal al desarrollo de proyectos que se consideran beneficiosos para la sociedad, pero indeseados a nivel local. Hace unos años, ciertos promotores tenían previsto instalar molinos de viento en un pueblo del valle del Corneja, en Ávila. Quisieron comprarle varias parcelas a una familia adinerada de la zona. Los vecinos se opusieron y lograron que el proyecto diera marcha atrás. La reivindicación era simple: ¿por qué en nuestro pueblo y no en otro? Habrá quien diga que la postura era insolidaria, y, sin embargo, siendo honestos, ¿quién no aduciría algún hecho diferencial -histórico, natural o social- para evitar el proyecto si, en vez de en un pueblo de Ávila, se hubiera planificado en la puerta de nuestra casa?

La oposición local a proyectos sin impacto positivo directo para los vecinos estará siempre legitimada. No podemos apelar solamente al altruismo de los ciudadanos para perturbar su paisaje o su desarrollo económico. Si queremos receptividad por parte de los municipios y de sus vecinos tenemos que ir más allá del mero agradecimiento por los servicios prestados al planeta. Hay que proporcionar un apoyo económico, real y tangible que incentive el desarrollo local de este tipo de proyectos.

Gracias al sistema contributivo de las sociedades modernas, las administraciones tienen más recursos y más fuentes de financiación que nunca en la historia. ¿No es posible que entre todos compensemos el sacrificio que están haciendo los ciudadanos que aceptan la construcción de plantas eólicas y fotovoltaicas a pocos metros de su casa? Arbitrar medidas en forma de subvenciones para el impulso y el apoyo de la industria local y de generación de empleo es necesario para que los vecinos se vean resarcidos. De la misma manera, por ejemplo, prever la posibilidad de que los vecinos puedan vender como suya parte de la energía generada podría incentivar el apoyo local a este tipo de proyectos. Qué menos que pagar con solidaridad a quienes se solidarizan con el planeta.