El rasgo característico del ser humano no es andar sobre sus pies. Ni ser capaz de realizar construcciones u organizarse en sociedades más o menos numerosas. Lo que realmente nos hace especiales es nuestra extraña capacidad para crear entidades abstractas e irreales y tomarlas como verdades absolutas. Los estados, las religiones y el dinero son tres de estos ejemplos.

Bitcoins y blockchains

En los últimos años han nacido, al hilo de las nuevas tecnologías, nuevas formas de relacionarnos con el dinero. Los bitcoins y las blockchains son dos de estas formas. Más allá de su utilidad o, incluso, su comprensión, estas nuevas realidades inventadas están teniendo repercusiones que van más allá del mundo financiero. Quizá sea en lo último que piensen los implicados, pero ambas formas de manejar nuestra economía tienen implicaciones medioambientales. A medida que cargamos los sistemas informáticos y servidores de todo el mundo de información, estos precisan más y más energía para alimentarse y refrigerarse. Los sistemas de blockchains y de bitcoins son especialmente voraces con la energía. La explicación tiene su lógica, perversa, claro. En cualquier sistema financiero de intercambio, las transacciones se suceden cada vez a más velocidad. Por lo tanto en necesario almacenar y actualizar datos constantemente. Y enviarlos de un sitio a otro a toda velocidad.

La energía de un país

En la actualidad, el intercambio de esa moneda digital llamada bitcoin consume cada día la energía equivalente a la generada por un reactor nuclear. Y los expertos estiman que en 2020 necesitará la misma energía que utiliza un país del tamaño de Dinamarca. Los ingenieros informáticos, y económicos, están desarrollando nuevas formas de transmitir y guardar los datos. El objetivo no es tanto ecológico como financiero. Se pretende acelerar las transacciones, al mismo tiempo que se mantienen los criterios de seguridad necesarios para que este mercado siga siendo sólido. Aunque como todas las convenciones humanas, la única seguridad es el tiempo que seamos capaces de creer en ello. Y los recursos del planeta de mantenerlo.