El tema no es baladí. Más de seis millones de españoles forman parte del accionariado de los bancos españoles y pueden verse afectados por un recorte de sus pagos a instancias del Banco de España. Y no es que no ganen dinero ya que el pasado año los seis más grandes contabilizaron un beneficio de 16.600 millones de euros. El problema, según la entidad gobernada por Pablo Hernández de Cos, es la situación de su capital que se sitúa entre los más bajos de Europa y que, obviamente, afecta a su solvencia.

Los criterios de capital, después de fundada la Unión Bancaria, se han hecho cada vez más exigentes y el Banco de España sigue con lupa este ratio para evitar nuevas crisis después de la sufrida a partir de 2007 que se llevó por delante al conjunto de las cajas de ahorros y al Banco Popular que hace unos día cumplía el segundo aniversario de su intervención.

La banca española destina la mitad de su beneficio a retribuir al accionista, lo que en términos bursátiles se conoce como un pay-out del 50%. Un porcentaje que al regulador empieza a parecerle excesivo y prefiere que parte de ese dinero que acaba en el bolsillo de los accionistas se queda en la propia entidad para fortalecer su solvencia. Para hacerse una idea de la importancia de estos pagos, en los últimos cuatro años, la banca ha repartido 25.000 millones de euros en concepto de dividendo. Dinero que va a los bolsillos de los inversores particulares, fondos de inversión, pensiones o inversores institucionales nacionales y extranjeros, por supuesto.

La banca en Europa no pasa un momento boyante con unos bajísimos tipos de interés que reducen sus márgenes y, por tanto, su rentabilidad, mientras se les exige una gran fortaleza de capital. Al mismo tiempo, deben tener contentos a sus accionistas con un buen dividendo que no les haga marcharse y buscar oportunidades en otras empresas del mercado de acciones. Todo este cóctel acaba siendo muy difícil de combinar. Así, se suceden los Expedientes de Regulación de Empleo (EREs) y también un drástico cierre de oficinas que les permite ser más rentables al reducir sus costes, ya que, por la vía de mayores ingresos, el tema está bastante complicado.

Una buena muestra de ello fue la marcha atrás que dio Ana Botín, presidenta del Banco Santander a su estrategia de dividendos. Mientras su padre, Emilio, ofrecía generosamente altos dividendos mediante la fórmula de pago opcional (el accionista podría elegir entre cobrarlo en efectivo o cobrarlo en acciones), Ana decidió nada más tomar el mando reducir a un tercio el dividendo de su progenitor con la promesa de irlo pagando paulatinamente en efectivo, es decir, en euros contantes y sonantes. Este 2019 era la fecha indicada para el pago en efectivo, pero finalmente ha optado por mantener la fórmula de al menos pagar un dividendo opcional. Una marcha atrás que podría haber tenido consecuencias por parte del supervisor del mercado, la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) al hacer un anuncio que finalmente no ha acabado de cumplirse.

Los bancos se rebelan frente a las indicaciones del Banco de España que, al menos, desea que los dividendos de la banca no suban, cuando Caixabank y el propio Santander mostraron intenciones de aumentar sus pagos. Este deseo de que contengan o bajen su dividendo podría ser una bomba de relojería para las cotizaciones de las entidades financieras en Bolsa. En lo que llevamos de ejercicio, salvo BBVA y Santander que se han revalorizado el 9% u el 3%, respectivamente, el resto sufre pérdidas. Destacan las de Caixabank con más del 15%, seguido por Bankia con un 11% de caída y Bankinter –el eterno banco de las subidas- con un 10% y cierra la lista de farolillos en rojo el Sabadell con un descenso del 5%.