Una preocupación recorre el mundo económico: occidente está ralentizando, a largo plazo, su crecimiento económico. Y España con occidente. Los ritmos de crecimiento medios de los últimos 30 años son notablemente inferiores a los ritmos de crecimiento de las décadas anteriores, de manera que mientras que un nacido en 1960 vivió, en sus primeros 30 años, una evolución de la renta per capita que se multiplicó por 3, en el caso de los nacidos en 1990, esta renta per capita solamente creció un 40% y los nacidos en el año 2000 han visto la renta per capita del país, tras dos crisis profundas y recuperaciones muy lentas, prácticamente estancado. Las perspectivas a corto y medio plazo tampoco aportan muchos motivos para el optimismo: la subida de los tipos de interés que se está produciendo para atajar la crisis de los precios de la energía apunta a una nueva fase de debil crecimiento, al menos mientras la inflación siga en estos niveles, aun con el riesgo, como ha señalado el presidente del Banco Mundial, de generar una nueva recesión global, la tercera en quince años.

A largo plazo, el envejecimiento de la población y la desigual contribución de las nuevas tecnologías de la información al crecimiento de la productividad, combinadas con los costes estimados de la transición climática, hacen que las perspectivas no sean particularmente buenas. En definitiva, nos tendremos que acostumbrar a una etapa de bajo crecimiento económico.

Pero, y he aquí la interesante paradoja, un bajo crecimiento económico no tiene por que significar un estancamiento en los niveles de bienestar. Puede, sencillamente, que estemos comenzando a medir mal el Producto Interior Bruto y a tomar decisiones equivocadas. En “Restarting the future”, Jonathan Haskel y Stian Westlake señalan que las economías occidentales están enfocando mal su política económica, pues los indicadores como el Producto Interior Bruto no recogen adecuadamente las inversiones en bienes intangibles como el diseño, la innovación o la propiedad intelectual asociada cada bien y servicio que se venden en el mercado. Si una brújula adecuada, puede que estemos tomando decisiones equivocadas. Por su parte, Dietrich Vollrath, en su libro “Fully Grown”, señala que, en realidad, el bajo crecimiento económico no es un síntoma de fracaso, sino un síntoma de éxito. Si la población envejece es porque hemos logrado altas cotas de calidad de vida y, por lo tanto, una mayor esperanza de vida. Si se reducen el ritmo de crecimiento de la producción de bienes es porque nuestras economías están centradas en la creación de más y mejores servicios, siendo de esta manera economías más sofisticadas. En una línea similar, aunque refiriéndose en este caso a la globalización, el también economista Richard Baldwin ha publicado dos piezas de opinión señalando que el supuesto frenazo en la globalización no se verifica cuando, además de examinar el comercio de bienes, incorporamos las transacciones internacionales de servicios y de propiedad intelectual, más difíciles de estimar.

En definitiva, puede que detrás de la caída del ritmo de crecimiento del PIB se encuentre un modelo económico cuya sofisticación hace que las métricas tradicionales para su medición estén lanzando señales equivocadas y, de esta manera, distorsionando la toma de decisiones económicas. Pero puede también que, efectivamente, nos encontremos en una fase en la que los grandes crecimientos económicos del pasado ya no se van a producir en el futuro. La tarta, quizá, ya no crezca lo suficientemente rápido como para compensar a los que menos tienen con una mayor porción que en el pasado. En otro libro reciente, el economista italiano Terzi (Growth for Good) señala que es impensable vivir en un mundo sin crecimiento económico, con un fuerte correctivo a los defensores del decrecimiento y de la economía en estado estacionario. Sin embargo, puede que, sin renunciar a ese crecimiento, tengamos que plantearnos una nueva manera de gestionar nuestra economía si este crecimiento deja de ser suficiente para garantizar las perspectivas de progreso material para las nuevas generaciones. Es pronto para plantearse este debate de manera determinante, pero sin duda, si la economía no crece lo suficiente, los aspectos de distribución de la renta y la riqueza serán cada vez más importantes, incluyendo no sólo la equidad intrageneracional sino, como estamos viendo, la equidad intergeneracional. No hay de momento muchas respuestas, pero quizá haya llegado el momento de comenzar a hacerse las preguntas correctas. Los anuncios del “fin de la era de la abundancia”, tan grandilocuentes, pueden tener algo de razón y tendremos que estar preparados para este debate.