Es imposible entender la evolución de la economía española sin contar con el turismo. En 2022, y con 75,6 millones de visitantes extranjeros, España se consolidó como el segundo destino turístico mundial, solo detrás de Francia y empatado con Estados Unidos. Es una posición que mantenemos desde hace años, y que, tras crisis del Coronavirus, hemos podido mantener en 2021 y 2022. Alrededor del 10% de nuestra economía, y más del 11% del empleo depende de él. En 2022, y según EXCELTUR, el 61% del crecimiento económico se debió a la la actividad turística, y este año apunta a que el ritmo de crecimiento del turismo se va a mantener, con una tasa de crecimiento interanual de alrededor del 40% respecto de 2022. Estamos todavía lejos de la cifra récord de turistas de 2019, con 83.,7 millones, pero de mantenerse la actual tendencia, y pese a la crisis de precios y el encarecimiento del transporte, es posible que a lo largo de 2023 sobrepasemos esa cifra. El principal efecto de este movimiento es su beneficioso saldo exterior. El turismo es, desde hace décadas, la principal fuente de entrada de divisas en nuestro país y en los últimos años, por sí solo, podría compensar los déficit comerciales de bienes, incluyendo los costes energéticos, algo que durante el último año ha sido determinante.

Durante unos años se estimó que el auge de nuevos destinos turísticos en el norte de África o en el Adriático podrían hacer sombra, o al menos ralentizar el desarrollo del sector turístico Español, pero la inestabilidad de la zona y el potencial competitivo de España hace que, mirados a largo plazo, las cifras no haya hecho sino crecer: en 2008, nos visitaron 53 millones de personas, y quince años más tarde, estamos rondando los 80 millones. España mantiene su competitividad gracias a una industria turística muy consolidada, innovadora y dinámica, con buenas infraestructuras de transporte y con una acertada estrategia de promoción internacional, basada en la cooperación entre el sector público y privado, que ha consolidado el sector como uno de los más importantes para nuestro futuro económico. España aparece como una verdadera potencia de estilo de vida, y nuestras principales ciudades se encuentran, en prácticamente todos los rankings existentes, entre las ciudades con mayor calidad de vida de Europa y del mundo. Según algunos estudios, España se sitúa entre los países con mayor reputación, algo que no sólo debería ser motivo de satisfacción, sino que acompaña a nuestra marca como destino turístico desde hace décadas.

Sin embargo, y pese a los buenos resultados de nuestro sector turístico, hay también puntos oscuros y de mejora. La actividad turística se concentra en tres comunidades autónomas (Cataluña, Canarias y Baleares), que concentran más del 60% de los turistas, y no hemos sido capaces de trasladar nuestro turismo de sol y playa a otros modelos más diversificados y de mayor valor añadido, como podrían ser los prometedores, pero todavía testimoniales turismos de congresos o culturales. Una parte del empleo generado se basa todavía en bajos salarios, y la explosión del turismo en determinados barrios, ciudades o islas está desplazando a la población local y al tejido económico tradicional, con datos relativamente alarmantes en algunos barrios de Barcelona y Madrid o localidades de la costa. La presión sobre los recursos naturales como el agua no es tampoco un asunto menor, algo que este año va a ser determinante a la luz de la grave sequía que experimentamos.

Estas debilidades señalan los límites de nuestro modelo turístico. Si nuestra economía cuenta, para su crecimiento, con el crecimiento del turismo, debemos pensar con urgencia en un modelo que garantice la sostenibilidad económica, social y ambiental a largo plazo, algo que ahora mismo está lejos de estar garantizado. El ministerio de Industria está trabajando, con el apoyo del sector, en una estrategia de sostenibilidad turística, pero no es el único factor que tenemos que tener en cuenta. A largo plazo, el cambio climático puede condicionar la deseabilidad de algunos de nuestros destinos turísticos, incluyendo la escasez de recursos para satisfacer una demanda creciente de turistas. Al mismo tiempo, la presión para reducir los viajes de avión podría hacer que algunos destinos ahora muy baratos se encarecieran, generando un grave quebranto en algunos territorios que hoy gozan del boom de los viajes baratos. También la aceptabilidad social del turismo comienza a llega a sus límites en algunas localidades, de manera que habrá que seguir pensando en modelos que permitan un crecimiento sostenido sin generar costes indeseables.

En definitiva, el turismo es hoy una pieza clave de nuestra economía y no podemos analizarlo fríamente sin tener en cuenta los importantes beneficios que genera en nuestra economía, pero necesitamos una reflexión en profundidad sobre su futuro. Nada sería más dramático que encontrarnos con “detroits turísticos” de zonas abandonadas por los clientes donde no se ha sido capaz de aprovechar los buenos momentos actuales para construir economías diversificadas y con perspectivas de futuro.