Las orejas de soplillo y la nariz de tomate servían a Maribárbola para hacer reír a Felipe en su tedio cortesano. El baile de malabares y los malos chistes de la calle, insuflaban aire fresco a los mentideros del Alcázar. La bufona de la Corte -como así se conocía a la enana de Velázquez-sufría en silencio el deforme de su figura. La crueldad del espejo secuestraba a la menina en un llanto sin consuelo hasta altas horas de la madrugaba. Gracias a que soy enana y fea- se repetía, una y otra vez, en el rum rum de sus adentros – Su Alteza Real puede asomarse a mi ventana y contemplar las miserias de la vida, con los ojos del plebeyo. Los enanos del rey - decía Maribárbola, mientras ponía a remojo los pinceles de Diego - oímos las malas lenguas que se esconden entre las sombras de la Corona.
La estatua de la Corte – como así se le conocía a Felipe en los silencios de palacio-, citaba todos los días a Maribárbola para que le contase lo que se cocía en los fogones de la calle. Mientras la bufona arrojaba a la corona los residuos de la plebe, el pasmado del XVII leía, mientras oía, a la Filomena de Félix. El encerramiento de los duques de Uceda y Osuna era el tema candente entre las habladurías de la gente. Esta mañana – decía la menina – el obispo de la plaza hablaba de Su Alteza con gran alabanza y maestría. Decía monseñor que usted ha sido el único rey que ha depurado palacio de las corruptelas del Piadoso. También - relataba la alemana – he oído entre las capas de la nobleza que usted ha hecho un inventario y una no sé qué Junta de Reformación para controlar a los pillos y mentirosos.
Sigue leyendo el blog de Abel Ros