Que en las primarias que han celebrado hoy los socialistas catalanes ganase Núria Parlón, alcaldesa de Santa Coloma de Gramanet o Miquel Iceta era lo de menos. Los dos contaban el uno con el otro, los dos mantienen la misma actitud frente a Rajoy, el No es No, los dos tienen parecidas ideas con respecto al nacionalismo catalán y la consulta. De hecho, Parlón ya era vicesecretaria del partido junto a Iceta.

El problema es el carajal que vive la política española, que no es otro que el sempiterno problema catalán. La actual paralización de la vida pública pivota, y no en menor medida, alrededor de si se debe o no se debe acordar una consulta para que los catalanes decidan acerca de su futuro. Ese es el drama que ha padecido el socialismo en Cataluña desde el ya lejano Congreso de Unificación, en el que la antigua Federación Catalana del PSOE se fusionó con las formaciones que, siendo también socialistas, se denominaban catalanistas.

Eduardo Martín Toval versus Raimon Obiols, Carlos Cigarrán contra Joan Raventós, sindicalistas de la UGT opuestos a social demócratas moderados de Sarriá y Sant Gervasi, he ahí el origen de lo que se ve ahora. Las archifamosas dos almas del PSC, la obrerista, de corte jacobino y español, y la nacionalista catalana, con una vaga idea del federalismo y el prurito de mantener una feroz independencia como partido frente al aparato de la calle Ferraz.

Se intentó superar ésa dicotomía con Narcis Serra, que tuvo que dimitir ante el escándalo de las escuchas ilegales del CESID, y se retomó en la figura del alcalde de Barcelona Pasqual Maragall. Fue cuando éste accede a la presidencia de la Generalitat, sucediendo a Jordi Pujol, que el panorama empezó a complicarse dentro y fuera de las filas socialistas. Maragall, perteneciente al sector catalanista, se metió en el jardín de elaborar un nuevo Estatuto de Autonomía que nadie le pedía ni en su partido ni fuera de él. Pujol gobernó casi tres décadas cómodamente, aplicando en Madrid una política de geometría variable, ora siendo declarado Español del Año por ABC, ora manteniendo una postura ambigua frente a la OTAN, y pactando igual con Felipe González que con José María Aznar.

Se empeñó Maragall en salirse con la suya, e involucró al por entonces líder de la oposición José Luis Rodríguez Zapatero que, como no pensaba ganar las elecciones, pronunció la célebre frase en la que daba por sentado que aprobaría el Estatuto en caso de ser presidente del gobierno. Acabó siendo elegido y ahí empezó el drama que dura a día de hoy.

Iceta, o el aparato al poder

La historia es conocida por todos. La política catalana pasó de ser un oasis a la progresiva radicalización en el tema nacional. La derecha convergente se vio obligada a abanderar cada vez más las banderas esteladas, so pena de perder su electorado. Estrategia fútil, porque en cada elección ha perdido más y más votos en favor de una Esquerra que ha sabido nadar y guardar la ropa con PSC y CDC por igual. Pero el mal ya estaba hecho. Con un PP que recogía firmas contra el Estatuto, un PSOE que, en palabras de Alfonso Guerra, había pasado el cepillo al Estatuto y un PSC que se debatía entre ésas dos almas a las que hacíamos mención, renunciando a hacer política en serio y apoyándose solamente en sus alcaldes, el socialismo catalán también salió perjudicado.

Miquel Iceta no ha sido un espectador ajeno a todo esto. Eminencia gris del que fue presidente José Montilla, como antes lo fue de Serra, el político catalán se ha mantenido en la difícil cuerda floja de quien es elegido para liderar un barco que se hunde. Su capacidad para controlar el aparato del partido le ha llevado a ganar unas primarias, pero no a solucionar el nudo gordiano de la política española. Porque el referéndum es, no lo dude nadie, lo que impidió en la anterior legislatura el pacto con Podemos y lo que ha motivado ahora la defenestración de Pedro Sánchez. La famosa línea roja.

Sin Maragall, sin el Estatuto, sin la parte nacionalista que ha anidado siempre en la cúpula dirigente del PSC, la situación actual podría ser bien distinta. De ahí que muchos dirigentes socialistas pidan que se despeje el asunto. Llegan tarde. El PSC es víctima de su propia historia y de mantener a lo largo de todos éstos años una distancia tremenda entre dirigentes y militantes. Incluso los dirigentes territoriales catalanes, los llamados capitanes, que podían haber dado un vuelco a la situación interna y, por tanto, externa, acabaron siendo presas del colosal engaño.

Iceta deberá afrontar numerosos retos, y el menor no es el de relanzar un PSC en caída libre. De ahí su apelación a independentistas y nacionalistas en el pasado debate de moción de confianza a Carles Puigdemont en el Parlament, para que apoyaran a Sánchez. Es una huida hacia adelante, como lo es su postura de marcar distancias con el PSOE diciendo que romperá la disciplina de voto y votarán que no a Rajoy. Se vuelve al eslogan de “Si tú no vas, vuelven ellos” y a un frentismo que no se ha visto en Cataluña ante el nacionalismo.

La vida sigue igual.