Al margen de factores genéticos, solemos relacionar la obesidad infantil exclusivamente con una mala elección a la hora en que los niños se alimentan. Si fuera así, la obesidad infantil sería un fenómeno trasversal que debería afectar de la misma manera a cualquier clase social. Sin embargo, según ratifica un estudio realizado por el Observatorio Social de la Fundación “la Caixa”, esa no es la realidad.

No se trata de una diferencia meramente económica, por la que las clases sociales más bajas no pueden comprar alimentos de calidad, sino también de las consecuencias psicológicas que acarrean consigo una situación desfavorecida y un más bajo nivel educativo. Los síntomas de depresión y ansiedad se multiplican cuando el estatus socioeconómico es menor. Estos síntomas generan un mal ambiente familiar más generalizado, lo que afecta la cohesión y la capacidad de adaptación a los cambios. El resultado es una menor implicación emocional respecto a los hijos, y se produce un efecto dominó. A menor implicación emocional, mayores niveles de malestar psicológico; a mayores niveles de malestar psicológico, mayores síntomas de ansiedad y depresión; a mayores síntomas de ansiedad y depresión, menor autoestima; a menor autoestima, utilización de la comida como válvula de escape. Se produce, entonces una pérdida de control a la hora de comer y una falta de conciencia de la cantidad de alimentos que se ingieren.

En el gráfico de aquí abajo, del mismo estudio, podemos ver los cinco puntos que conforman un modelo teórico en el que cada etapa predice la siguiente. Es decir que estas causas encadenadas provocan una relación causa-efecto.

Los cinco puntos que conforman el modelo teórico

La conclusión es que la obesidad infantil no compete solo a médicos y nutricionistas, sino también a psicólogos, los cuales pueden cumplir una función fundamental en esta lucha. Estos nuevos conocimientos demuestran la glotonería, la falta de esfuerzo o la pereza son síntomas y no causas de la enfermedad.

Desde ISGlobal, centro impulsado por la Fundación “la Caixa”, Sara Warkentin, investigadora postdoctoral, y Martine Vrijheid, jefa del programa de Infancia y Medio Ambiente, ratifican una información alarmante: cuatro de cada diez niños, y tres de cada diez adolescentes presentan exceso de peso en España, lo que nos convierte en uno de los países con mayores prevalencias de sobrepeso y obesidad en Europa. El Plan Estratégico Nacional para la Reducción de la Obesidad Infantil, impulsado por el Gobierno de España, publicado en junio pasado, tiene como objetivo reducir la obesidad infantil colaborando con las familias, con el personal docente y el sanitario, con las empresas, con las del tercer sector, con las administraciones públicas, y, por supuesto, con los propios niños y adolescentes. El plan consta de estas líneas estratégicas: generar ecosistemas que promuevan la actividad física, las dietas saludables, el bienestar emocional y la calidad del sueño; reforzar los sistemas públicos para promover estilos de vida saludables; garantizar la protección de la salud de la infancia; crear un cambio cultural hacia estilos de vida saludables.

Cuantos más datos se conocen sobre la obesidad infantil, más se es consciente de su complejidad, no solo por sus consecuencias, sino por sus múltiples causas. La buena noticia es que estos avances nos proporcionan muchas más herramientas para reducir al máximo la tasa de niños afectados por esta enfermedad.