Cuando uno crea expectativas, en política y en la vida, debe saber que alguien, ya sea una persona o un electorado, esperará que, al menos, esté a la altura. Está muy bien hacer ruido, llamar a las puertas con los nudillos llenos de revolución, anunciar a bombo y platillo que vas a hacer saltar la banca, pero, si lo haces, debes contar con una base sólida que te permita no hacer un ridículo mayúsculo. 

Hace menos de un mes, Macarena Olona anunciaba emocionada que daba un patriótico paso y ponía su capital político al servicio de Andalucía. Una decisión estratégica que ya era un secreto a voces, y respondía a la necesidad de su partido de amarrar un buen resultado en el sur con el que poder hacer presión al Partido Popular en un hipotético escenario en las elecciones generales. 

Olona desembarcó en suelo andaluz bajo la impostura de decir que ella era “Macarena de Graná”, aunque posteriormente rectificase y se definiese como una servidora pública, una patriota. Ella y su equipo no han perdido el tiempo y han planteado una precampaña cañera, con la polémica y el trazo grueso como principales ingredientes. La vimos en el Real de la Feria de Sevilla con aquel pésimo canutazo en la Portada, la escuchamos indignarse con las encuestas, alimentando así a ese ente supremo del que los candidatos voxeros siempre echan mano, ese as en la manga del populismo: el mundo conspira contra nosotros.

También hizo un intento que se quedó en eso de mostrarnos cómo un autobús de línea enloquecía con su llegada o cómo es tan andaluza y humilde que se sienta en una mesa con Santiago Abascal a comer huevos fritos. Llegamos a oír el pasado fin de semana en una entrevista cómo la alicantina le lanzaba a Juanma Moreno la chulesca pregunta de si estaba dispuesto a ser su vicepresidente. Todos mensajes precocinados, vídeos enlatados y argumentarios de rigor sacados del preciado manual de Steve Bannon. 

En estas mismas páginas ya señalamos que la candidatura de Olona a las andaluzas ocultaba un mensaje entre líneas que los de Abascal inevitablemente mostraron: Vox no tiene ningún candidato andaluz decente con el que concurrir a los comicios. Aquí es donde se le ven las costuras al partido que irrumpió con fuerza allá por 2018 en el Parlamento andaluz, en su inexistente fondo de armario, en su grosera inexperiencia y en su falta de gente preparada para la cosa política, que aunque se les olvide es la gestión y la administración de los asuntos públicos, y no los tuits, los zascas y los titulares grandilocuentes. 

Sin duda alguna Macarena Olona sí que es una persona válida, una abogada del Estado con un carisma rompedor y un mensaje contundente que, aunque muchas veces resulta demasiado fullero, a la vista está que ha calado en la sociedad. Por eso debe ser una enorme faena para Vox que ahora mismo la concurrencia de su candidata estrella el próximo 19 de junio penda de un hilo. Y no, no pende de un hilo porque haya una conspiración judeo-masónica contra ella. Aquí no hay “dictadura progre” que valga ni amenazas externas que quieran derribarla. Aquí lo único que hay es la constatación de que Vox es un partido que está en el parvulario de la política, una organización que no se ha molestado siquiera en leerse la ley electoral andaluza y que, por ende, parece haber empadronado de manera irregular a su candidata. 

“Resulta que en Podemos estaban tan pendientes del reparto de cargos que se les olvidó inscribirse a tiempo para las elecciones”, se burló Iván Espinosa de los Monteros en un tuit hace unos días. Después de haberse mofado repetidas veces del error de Podemos al quedarse fuera de la plataforma de izquierdas por inscribirse fuera del plazo, ahora la única manera de echar tierra sobre su propio patinazo es denunciar una maniobra malintencionada del sistema por temor a sus previsibles buenos resultados. Ya lo hicieron cuando el Tribunal Supremo determinó que no podían participar en los debates electorales en Castilla y León por no tener grupo parlamentario propio.

Pero no hay más, la política es una gimnasia en la que los pequeños detalles marcan la diferencia, y aquí se ha demostrado que Vox no sabe cuidarlos, que es un artefacto político que aún va en pañales. Ahora, si todo se consuma y Olona no puede presentarse, Vox armará una campaña con el victimismo como mensaje central: nos persiguen porque nos temen. “Tienen miedo al cambio real y son capaces de censurar, de prevaricar, de pisotear derechos fundamentales”, ha dicho Abascal. “No estoy sola, pero todavía no son conscientes de ello”, amenaza la todavía candidata.

Argumentos que correrán por las redes sociales con el necesario altavoz de sus numerosos fieles, que hasta ahora han demostrado seguir al pie de la letra las consignas de sus líderes sin reflexión alguna, pero que no dejan de ser una excusa barata y un mensaje oportunista. Aquí quien tiene la palabra es la Junta Electoral y una abogada del Estado debería caracterizarse por respetar las decisiones de los órganos de la Administración y no por cuestionar su legitimidad en pos de intentar tapar un fallo propio. 

Al igual que los errores no forzados marcan el devenir de un partido de tenis, los goles en propia meta en política son muy difíciles de remontar. Si finalmente el desenlace acaba con las maletas que Olona no llegó a deshacer en el piso de Salobreña de vuelta a Madrid, Vox estará en un serio aprieto y no habrá más culpables que ellos mismos. Para competir hay que saber inscribirse.