Saqueamos hoy a Julio Cortázar y su cuento ‘Queremos tanto a Glenda’, donde los amigos de Glenda Jackson deciden rastrear las imperfecciones y mediocridades que, por culpa de los directores, se encuentran en determinadas películas de la actriz británica; su propósito es destruirlas porque mancillan el supremo arte interpretativo de ssu admiradísima artista.

Con la candidata de Más Madrid a la Presidencia de Madrid, que ahora ocupa la inverosímil Isabel Díaz Ayuso, no es preciso llegar a tanto, pero el título de Cortázar ayuda a recapitular las emociones políticas suscitadas por Mónica García en muchísimas personas que no la conocían cuando, en marzo pasado y tras anunciar Pablo Iglesias su disposición a formalizar una candidatura unitaria con la izquierda no socialista en el sobreentendido de que el cabeza de cartel sería él mismo, vieron el vídeo que García publicó en su cuenta de Twitter en respuesta al todavía vicepresidente del Gobierno de España.

Mónica García le decía no a Iglesias en unos términos firmes, severos, inflexibles pero nunca irrespetuosos, ventajistas o humillantes con quien, en una jugada audaz pero desesperada, se había visto forzado a dejar su cargo en Gobierno de España para salvar del naufragio a Unidas Podemos. La breve alocución de García tenía contundencia y dignidad: sin mencionar a Pablo, recordaba que Madrid no es una serie de Netflix y reivindicaba el trabajo silencioso de las mujeres frente a los excesos de la testosterona, la frivolidad y el escándalo.

Según un sondeo de Metroscopia para El País, Isabel Díaz Ayuso y Mónica García fueron las ganadoras del debate electoral celebrado el miércoles en Telemadrid, esta última a una distancia holgada de los otros dos candidatos de la izquierda, Ángel Gabilondo y Pablo Iglesias. De hecho, mucha gente de fuera de Madrid tiene la impresión de que si Mónica García no está todavía más alta en las preferencias de los madrileños de izquierdas es porque no la conocen.

En Mónica García seduce el discurso creíble y bien trabado de quien habla desde un conocimiento ganado a pulso durante años, pisando la calle y acudiendo puntualmente a su trabajo de médico del Hospital 12 de Octubre sin por ello descuidar los deberes asignados su escaño en la Asamblea de Madrid.

Esa discreta compatibilidad laboral y política, además de exigir un gran sacrificio personal, denota unas convicciones arraigadas en la idea de ejemplaridad, extendida seguramente en la vida y en la política más de lo que pudiera creerse pero de la que apenas se tiene noticia porque a la virtud le repugna publicitarse histriónicamente a sí misma.

Lo resumió como nadie el gran capitán Fernández de Andrada: “¡Qué muda la virtud por el prudente!/ ¡Qué redundante y llena de rüido/ por el vano, ambicioso y aparente!”. El autor de la 'Epístola moral a Fabio' la habría votado. El de 'Queremos tanto a Glenda' puede que también.