Como en la película ‘Bienvenido, Mr. Chance’, cuyo protagonista es un humilde jardinero muy limitado intelectualmente pero del que todo el mundo acaba creyendo que es un gran político, la presidenta Isabel Díaz Ayuso ha logrado que más de un millón de madrileños crean que es una lideresa sagaz, desacomplejada, valiente, una política con un instinto infalible para gestionar la pandemia con criterios sociosanitarios heterodoxos pero mucho más acertados que los avalados por la Organización Mundial de la Salud, los gobiernos de la inmensa mayoría de los países desarrollados del mundo o sus propios homólogos autonómicos.

Cuando vemos un mitin o una entrevista de Isabel Díaz Ayuso en la televisión resulta difícil creer que alguien que dice las cosas que ella dice y mira de la forma que ella mira haya llegado hasta donde ella ha llegado. No exhibe la palabra ni muestra la mirada de una persona particularmente dotada para ocupar un cargo institucional de relevancia y sin embargo ahí está, viendo pasar ante su puerta los estupefactos cadáveres de sus adversarios. Todos se creen más inteligentes y mejor formados que ella, y seguramente los son y lo están, pero quien arrolla en votos y en popularidad es ella, no ellos.

Se diría que demasiadas veces las cámaras no le hacen justicia a Isabel Díaz Ayuso. Es una mujer bien parecida y en las fotos no suele salir fea, pero sí ofrecen de ella en demasiadas ocasiones una imagen inquietante, desquiciada, turbadora. Para sus votantes ha de resultar embarazoso advertir ese gesto ligeramente majareta en su admirada lideresa, en cuyo favor operan, como ya dijimos, variables de mucho éxito en estos tiempos: el atrevimiento, la temeridad, el descaro, la antipolítica, la ausencia de decoro democrático y pudor civil, el desahogo para burlarse de la izquierda, la desvergüenza para falsear la realidad sin despeinarse. 

A los indiscutibles éxitos electorales que la derecha viene cosechando en Madrid desde hace más de un cuarto de siglo no es ajena una desinhibida política fiscal con la que los madrileños de clase media hacia arriba se encuentran muy satisfechos porque pagan menos impuestos que en otras comunidades. Cierto, pero al PP no lo votan solo los ciudadanos con buenos ingresos, aunque hay que quitarse el sombrero ante el talento de la derecha para convencer a los pobres de que bajar los impuestos a los ricos es algo bueno para los pobres.

La política fiscal ayuda, pero el éxito de Ayuso no puede ser explicado solo por el bolsillo. Ese éxito tiene que ver con que Madrid vive su momento Vox y la presidenta ha sabido encarnar en su persona esa pulsión salvajemente populista de la sociedad que igual favorece el irresistible ascenso político de los Trump, los Salvini o las Ayuso que propicia la transfiguración de personajes como Miguel Bosé, en otro tiempo discretos y cabales, en dolorosas e irreconocibles caricaturas de sí mismos.

(Por cierto: sin considerar ese momento populista que todo lo arrasa tampoco se entiende que profesionales situados en la élite del mejor periodismo televisivo entrevisten a los Bosé de turno y se queden tan panchos).