En esta campaña electoral el protagonismo es compartido en el Partido Popular: por un lado está Alfonso Fernández Mañueco, presidente de la Junta y principal aspirante a revalidar el cargo que puso a disposición de los votantes única y exclusivamente por mandato del segundo de los escrutados, Pablo Casado, quien pretende volver a ganar aire en las encuestas aprovechando el rebufo de una victoria electoral de características similares a la de Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid. Hasta esta última semana ambos han compartido escenario con cierta asiduidad, enarbolando un discurso de características estatales contrario a Pedro Sánchez, pero la demoscopia y la falta de calor en el recibimiento ha provocado que la hoja de ruta de ambos líderes se haya bifurcado en caminos distintos con un mensaje más local, alejado de la grandilocuencia de los grandes eslóganes y más basado en lo programático.

“El que se la juega el próximo domingo soy yo, no Pablo Casado”, indicó durante el segundo y último debate de campaña el propio Mañueco. Palabras que pueden suponer dos cuestiones opuestas: o bien el presidente de la Junta es consciente de que el resultado no será todo lo esperanzador que esperaban los ideólogos del adelanto, teniendo que aceptar el trágala de incorporar a Vox en el Gobierno si quiere revalidar el cargo, y por ende prefiere salvar a Pablo Casado de la quema de una estrategia fallida alejándolo del escenario del crimen; o, por el contrario, lo que buscaba con esta frase era distanciare del líder nacional del PP, marcar perfil propio y alimentar el número de voces que cuestionan el liderazgo de un Casado al que las baronías empiezan a ver como un estorbo.

En política los tiempos son de vital importancia para medir lo que se cuece entre bambalinas, y no ha dejado de resultar llamativo que este alejamiento del mensaje oficial se haya producido a menos de una semana de que se abran las urnas. Tras una campaña extraña, inesperada y en la que han tenido cabida cuestiones como la calidad de la carne de las granjas españolas, la demonización de la remolacha o la defensa del sector vinícola, Mañueco encara la recta final peor de lo que la empezó. Si bien el adelanto se produjo imitando a una Ayuso que consiguió deshacerse de sus socios, gobernar en solitario y ganarse el derecho a hablar de tú a Pablo Casado; Mañueco, escoltado por Teodoro García Egea y toda la plana mayor de Génova, no ha hecho más que perder apoyos, retratarse como un peón del engranaje popular y quedar a la espera de que los castellanos y leoneses opten por la papeleta de toda la vida el domingo haciéndole no depender de “los de Ortega Lara”.

La propia Ayuso, que hace de agente doble en este entuerto –que la imitasen en la estrategia no quita que lo hiciesen para doblegar sus ansias de aumentar su cota de poder en el Congreso del PP de Madrid-, no descarta que finalmente todo haya sido en vano y el champán se descorche en la puerta de enfrente: “Mejor pactar con ellos que con sus secuestradores”, remató, quien sabe si con resignación o con la jocosidad propia de quien lleva tiempo sintiéndose por encima del organigrama. 

La política de pactos del PP, sin embargo, sigue siendo un secreto. “Mi único pacto es con los castellanos y leoneses”, ha repetido reiteradamente Mañueco desde que la madrileña dejase caer su solución. “Mejor adelantar elecciones que pactar con Vox”, filtraron fuentes de Génova hace no muchos días. Habrá que ver quién se lleva el gato al agua. Mientras tanto, y para añadir más picante, Vox sentencia: “Si creen que hemos llegado hasta aquí para ceder al chantaje es que no nos conocen”.