Isabel Díaz Ayuso llegó este martes a Valladolid para acabar con un debate estéril e infantil. Tanto Génova como Alfonso Fernández Mañueco saben que las probabilidades de obtener una mayoría absoluta para gobernar en solitario se alejan diariamente, algo que, irremediablemente, les enfrentará a una encrucijada: incluir a Vox en el Gobierno o repetir las elecciones. Pablo Casado y Teodoro García Egea, que andan últimamente debatiéndose entre lo masoquista y la torpeza, han filtrado a lo largo de la semana que es preferible la segunda opción; Ayuso, por su parte, se ha dejado de secretismos y en menos de dos frases conectadas entre “Franco en helicóptero” y los “errores de la Iglesia” ha dilapidado el plan made in Murcia asegurando que “es mejor pactar con Ortega Lara que con sus secuestradores”.

Dos voces diferenciadas que evidencian que en Castilla y León, el próximo domingo, está en juego algo más que la presidencia de Mañueco. Pablo Casado, aconsejado por su inseparable Egea, arquitecto de lo mejor –frenar la moción en Murcia- y de lo peor –abrir una campaña de desprestigio contra tu líder más popular-, cree que un respaldo mayoritario el 13-F sería el chute de adrenalina necesario para llegar lanzados en Andalucía y marcarse un hat trick (Madrid, León y Sevilla) antes de las generales. Además, en la cabeza de Egea todo tiene sentido y vendría a demostrar que lo de Ayuso es gracias a su estrategia, que no hay un fenómeno fan capaz de socavar sus propios méritos, que es imparable y que la madrileña solo ha aprovechado el rebufo del trabajo bien hecho a nivel nacional.

Sin embargo, y por más empeño que le ponga Egea en experimentar a la inversa el síndrome del impostor, las encuestas no dicen lo mismo: Ayuso ganó de la forma en que ganó porque era Ayuso. La madrileña es una marca en auge, cimentada bajo eslóganes potentes y la idea de que es capaz de liberarse de las cadenas opresoras de su propio partido, merecedora de algo más, eterna aspirante a dar el paso por el calor de las calles –que es algo muy superior al del eje izquierda/derecha-. Mañueco, sin embargo, puede convertirse en el tonto útil lanzado a una carrera electoral que nadie deseaba, rompiendo con un socio fiable y sin más posibilidades que manchar su propio historial siendo el primero que dé cabida a la ultraderecha en este país.

La mayoría está lejos de consumarse y, de ser así, el fracaso no será reversible con cuatro piruetas verbales elaboradas por un director de orquesta al que le crecen las voces discordantes. Si el “efecto Teo” salvó al PP de la moción en Murcia, el mismo protagonista ha puesto a Mañueco entre la espada y la pared.

Son muchos los barones que empiezan a preguntarse si Casado y su inseparable asesor aportan o lastran al partido. Las razones son varias, pero las principales es que aprecian que la estrategia adoptada a nivel nacional da la espalda a la razón: criticar los fondos europeos cuando Bruselas los aplaude, poner en duda el liderazgo de Sánchez a nivel internacional cuando fue el primero en recibir las ayudas por la diligencia de su equipo para elaborar un plan creíble y potente para Europa, prometer mítines en macrogranjas cuando alcaldes suyos las rehúyen, creerse independientes cuando la aritmética premia cada vez más a Abascal, abrir una campaña por la remolacha cuando la de la ganadería fue un gatillazo o defender que Alberto Casero no se equivocó cuando él mismo lo reconoció internamente (“la que he liado”).

El 13-F dictaminará sentencia. Si Vox crece y consigue la cantidad de procuradores que algunas encuestas ponen sobre la mesa, no solo Mañueco tendrá un problema. Habrá que ver si García Egea, en su afán por restar protagonismo a Díaz Ayuso llevándole la contraria hasta la extenuación, se atreve a cumplir su palabra.