El PSC busca este fin de semana cerrar oficialmente la larga travesía del desierto y entrar de nuevo en las grandes y perdidas alamedas de la centralidad política que suelen abrir las puertas a la gobernación. En el congreso extraordinario de este fin de semana, Salvador Illa, reforzado por su éxito electoral en las últimas elecciones, tomará posesión de la dirección del partido y Miquel Iceta, el primer secretario que evitó que los socialistas catalanes se precipitaran por el abismo de la marginalidad política, accederá a la presidencia de la formación, siguiendo una tradición de la casa. Convertido en el primer partido del Parlament, el PSC ha avanzado el congreso para consolidar su condición de alternativa al independentismo y prepararse para el caso de que la inestabilidad del gobierno de ERC y Junts precipite unas elecciones autonómicas.

Salvador Illa ha diseñado una dirección a su gusto, respetando el peso específico de las federaciones como se ha venido haciendo casi siempre en el PSC. Nadie le tose al ex ministro de Sanidad y el actual presidente del grupo parlamentario no va a revolucionar al partido ni tácticamente ni ideológicamente. Desde hace meses, los socialistas catalanes navegan con el viento de popa procedente de Moncloa y dan por bueno el camino elegido antes de las últimas elecciones autonómicas, catalanismo, progreso social y diálogo para superar el entuerto del Procés. Sin grandes alardes, en consonancia con la imagen proyectada por el propio Illa.

La radicalización impulsada en Cataluña durante la última década por parte del independentismo, Ciudadanos y el gobierno de Mariano Rajoy acorraló al PSC al borde del precipicio. El enfrentamiento sin tregua entre soberanismo e inmovilismo constitucionalista no dejó espacio a un PSC que, habiendo perdido su ala más catalanista, se refugió en un catalanismo moderado, tanto como lo es su reformismo constitucional, en definitiva, una oferta poco atractiva en plena convulsión. La habilidad de Iceta y su paciencia para esperar el desgaste de los promotores del conflicto acabó imponiéndose. Ciudadanos cayó en picado tras pisar la cima electoral y los partidos independentistas han perdido buena parte de su swing populista por el fracaso continuado de sus predicciones.

El margen de maniobra del PSC ha ido aumentando a medida que Ciudadanos se diluía en la nada. La presión del partido de Inés Arrimadas, especialmente en materia lingüística, incomodaba a los socialistas, quienes siendo parte del consenso de la transición en cuestiones de idioma y escuela, se han ido abriendo lentamente a la adecuación de aquel consenso a la sociedad actual, moldeada justamente por los resultados de la inmersión escolar y la cooficialidad en la vida pública. La resurrección en estos momentos del conflicto lingüístico, el peor de los escenarios para el PSC, tiene poco de casual y exigirá a Salvador Illa una gestión muy prudente de los gestos para evitar quedar alineado con la intransigencia de los dos extremos.

El PSC tiene también fronteras electorales y sociales con los Comunes y con ERC. La aparición estelar de los Comunes de la mano de Ada Colau pareció inicialmente que debilitaría gravemente los socialistas y así lo presagiaban los primeros resultados electorales tanto en Barcelona como en las elecciones generales. Sin embargo, el efecto de los Comunes se ha ido diluyendo, quedando muy limitado al Ayuntamiento de Barcelona donde, además, no han tenido más remedio que pactar con el PSC. En el Parlament, su tendencia a salvar los muebles a ERC, libera en buena medida a los socialistas de su presión.

A medio plazo, se intuye que el gran adversario del PSC será ERC y viceversa. Esta confrontación resultará paradójica para ambos contendientes, porque a la vez que se combatirán para ser la primera fuerza y gobernar la Generalitat se necesitarán como factores imprescindibles de estabilidad. La transversalidad política, hoy demonizada por los partidarios de la política de bloques, depende del acercamiento entre ERC y PSC. Va a llover todavía a cántaros hasta que llegue el día de la ruptura interna del independentismo y la aceptación abierta de los republicanos de la necesidad de dialogar con los socialistas catalanes con el mismo entusiasmo con el que negocian con el PSOE.

Para consolidar su nueva centralidad en el catalanismo progresista, el PSC tiene un reto inmediato y otro a medio plazo. El inmediato es evitar el conflicto lingüístico que buscan los defensores a ultranza y los detractores acérrimos de la sentencia del 25% del castellano en horario lectivo en todas las aulas catalanas. Este conflicto supondría el recrudecimiento procesista, una trampa para los socialistas y para el conjunto del país que solo beneficiaría a las posiciones extremas y haría tambalear al voto recuperado de Ciudadanos.

El siguiente reto es incluso más complejo: rehacer los puentes con el maragallismo social persistente y detectable aunque no organizado. La ruptura definitiva de Pasqual Maragall con el PSC, materializada durante la presidencia de José Montilla, dejó huérfano al partido de los socialistas catalanes de uno de sus componentes ideológicos y emocionales fundacionales, además de provocar una diáspora de valiosos dirigentes, la mayoría de los cuales abandonó la política. Pasqual Maragall persiste en su batalla contra el general Alzheimer, al que rebautizó desde el primer día como Eisenhower, sin que el PSC haya saldado su deuda con él. Sin este paso, el PSC tiene de muy mal capitalizar su valiosa (y reconocida) herencia política sin caer en la contradicción. Salvador Illa tiene la ventaja de no haber participado directamente en aquella crisis.