El partido de Carles Puigdemont escenificó en el Parlament su resistencia a reconocer el liderazgo de ERC impidiendo la investidura en la primera ronda del candidato republicano. JxCat no le discute a Pere Aragonés su derecho a ser el nuevo presidente de la Generalitat en función de su exigua ventaja electoral de ERC, tan solo quiso evidenciar su condición de imprescindibles para fraguar la mayoría parlamentaria  y recordar la supuesta obligación  de todo buen independista de ser leal al presidente legítimo de Cataluña, domiciliado en Waterloo. ERC impidió hace tres años el intento de investidura telemática de Puigdemont y ahora JxCat se lo hace pagar, hasta el punto de someter a Aragonés a la humillación, en opinión de Jèssica Albiach, de En Comú-Podem.

El reloj parlamentario gira en contra de Aragonés una vez perdida la primera votación. El martes se celebrará la segunda y JxCat le sugirió que renunciara a  presentarse para no quemar sus posibilidades de salir elegido más adelante. De no obtener la mayoría simple de los votos y  aplicarse el reglamento escrupulosamente, a los republicanos se les abriría, como mínimo, un comprometido frente de negociación con JxCat. Para poder repetir con Aragonés necesitarían que Laura Borràs, la presidenta del Parlament, diera curso a una interpretación favorable a la exigencia de una nueva candidatura para una nueva sesión de investidura.

El resultado del viernes no deja lugar a dudas, sin JxCat no hay investidura para Aragonés. El pacto cerrado por ERC con la CUP suma 42 votos y obtuvo 61 en contra. Las 32 abstenciones de JxCat deben convertirse en votos positivos y para conseguirlos deberá acordar un pacto de legislatura con el partido de Puigdemont que incluya el reconocimiento del papel a jugar por el Consell per la República, el único instrumento que está en manos del ex presidente de la Generalitat a día de hoy.

En la primera sesión, Aragonés se mantuvo firme en su programa (reconstrucción económica y social, amnistía y autodeterminación por la vía negociadora) e ignoró la petición de renunciar a una segunda votación para ganar tiempo y cerrar el acuerdo que le exige JxCat. El pacto puede resumirse en dos mandamientos: Aragonés gobierna la Generalitat autonómica y Puigdemont lidera la batalla contra el estado desde Bruselas. También el control de la gestión de los fondos europeos preocupa a republicanos y legitimistas, aunque difícilmente va a convertirse en un obstáculo insalvable de resolverse la disyuntiva de fondo sobre quien lidera el movimiento independentista.

ERC no consiguió que En Comú-Podem aceptara participar de su inevitable mayoría amplia con JxCat porque los Comunes aspiran a convertirse en socio de los republicanos justamente en substitución del partido de Puigdemont al que sitúan en la derecha y al borde de la intolerancia. El problema de esta variante del gobierno de izquierdas es que no alcanza siquiera para una mayoría simple sin el concurso por abstención de JxCat o el PSC. Aragonés ya sabe que esperan ambos grupos de él, un viaje peligroso entre Escila y Caribdis. 

JxCat quiere que Aragonés ponga la Generalitat al servicio de Waterloo y el PSC que reconozca ante los ciudadanos el verdadero horizonte del diálogo y abrace sinceramente el pragmatismo. Salvador Illa le propuso al aspirante de ERC que rehúya la megalomanía del legitimismo y formalice una mesa de negociación en Cataluña para consensuar internamente las propuesta a presentar en la negociación con el gobierno de Pedro Sánchez. En estas circunstancias de recuperación de la transversalidad, Illa se ofreció a acompañar al gobierno catalán en la búsqueda de una salida política al conflicto.

A Aragonés no se le escapa que el requisito del consenso previo catalán defendido por el PSC implica el abandono de su promesa más contundente: “hacer inevitables la amnistía y la autodeterminación” por la vía de la negociación. El propio Aragonés admitió que no estaba en condiciones de garantizar que se saldría con la suya en este doble propósito en el que en realidad solo cuenta con el apoyo de En Comú-Podem. JxCat no cree en la mesa de negociación pura y simplemente mientras que los socialistas y Pedro Sánchez han declarado innegociables ambos objetivos.

El margen de maniobra en este punto es prácticamente inexistente, salvo que ERC acepte los indultos y la reforma del Código Penal como alternativas satisfactorias. O que los socialistas contemplen como interesante el matiz introducido por Aragonés como de pasada en su discurso al referirse al contenido de un eventual referéndum: lo que habrá que someter a referéndum son los acuerdos de la mesa de negociación. Se supone que sean los que sean y que probablemente conociendo las líneas rojas de la Constitución no recogerán el ejercicio del derecho de autodeterminación. Aun el en supuesto de arriesgarse los socialistas a esta hipótesis, los republicanos sufrirían un pressing y una descualificación patriótica de tal intensidad por parte del legitimismo que probablemente les llevaría a una crisis interna.