La comodidad de Juanma Moreno en Andalucía es una mala noticia para Fernando López Miras en Murcia e Isabel Díaz Ayuso, en Madrid. Ninguno de los dos gobernará tan confortablemente como ha venido haciéndolo Moreno, y de hecho así lo indica el mucho tiempo que PP y Ciudadanos han tardado en convencer a Vox para que hiciera presidentes a sus candidatos. Si la de Moreno fue una investidura exprés, las de Miras y Ayuso han sido no agotadoras, ni siquiera arduas, pero sí laboriosas.

Vox ya ha adelantado que en Madrid será mucho más exigente de lo que lo viene siendo en Andalucía, pero al mismo tiempo sabe que no puede serlo tanto como para poner en riesgo la estabilidad de un Gobierno que, se mire como se mire, es ‘uno de los nuestros’.

La noticia buena para Vox es que los pactos territoriales le han dado la respetabilidad que le faltaba y han despejado los temores de quienes lo veían como un peligroso partido antisistema; la noticia mala, que parece haber tocado techo electoral y en Génova ya no es visto como un competidor capaz de hacerle sombra al PP.

Hasta ahora, Vox ha traído a la política española un extremismo de baja intensidad, una xenofobia sin complejos pero todavía muy alejada de la brutalidad de un Salvini, un neofranquismo ‘low cost’ con bastante ruido pero escasas nueces, un machismo casposo y cerril pero ridículamente trasnochado…

Todo ello es una buena noticia para Pablo Casado -como lo es ese Rivera cómodamente empotrado en las divisiones acorazadas de la derecha española-, pero seguramente acabará creándole problemas orgánicos y electorales a Santiago Abascal, que en diciembre pasado irrumpió a todo galope en el campo nacional tremolando el pendón con la leyenda ‘Muera la derechita cobarde’ bordada en grana y oro y ocho meses después se ha bajado discretamente del caballo para montarse en su escaño como una señoría más.

Es cierto que donde otros diputados están simplemente sentados él parece estar galopando: pronto comprobará, sin embargo, nuestro musculoso jinete de Apocalipsis que galopar cansa y que un escaño sirve, como un caballo, para sentarse pero no es exactamente un caballo.

La consecuencia electoral de todo ello es que Vox ya no da miedo. O al menos no da el miedo que daba cuando se encaramó hasta los 12 escaños en Andalucía y amenazaba con llegar mucho más alto en las generales celebradas cinco meses después.

Para el país es buena noticia que Abascal no sea Salvini, pero para la izquierda es mala porque la normalización ultra desmoviliza a sus votantes al tiempo que aguijonea a los votantes conservadores: a los de Vox porque ya no se avergüenzan de votarlo, a los del PP porque la amenaza ‘vóxer’ ya no les quita el sueño y a los de Ciudadanos…, bueno, a los de Ciudadanos da igual porque cuando llegue la siguiente cita electoral la mayoría de ellos ya se habrá marchado a otro partido.