Lunes, 9.47.- Los niños quieren salir de nuevo como ayer. Pero llueve a cántaros. El psicólogo nos ha dicho que les expliquemos las cosas con serenidad, como nuestros padres con nosotros (un mojón). Sigue lloviendo, me he armado de paciencia y se lo he dicho muy clarito: maldito Gobierno.

Lunes, 11.35.- Hice un máster en una escuela de negocios. Sigo quitando mocos y fregando cacharros. Me pasa como al peón caminero que lo habían ascendido cuatro veces y seguía picando piedra al sol de agosto: ¿de qué (coño) entré yo aquí?

Lunes, 11.36.- Un crisóstomo nos repetía en sus clases el mandamiento primero y universal del directivo: “dar satisfacción al accionista”. Como aquella escuela era de cerca del Opus, a mí me parecía que lo de dar satisfacción tenía una primera y única lectura punto guarrilla que se entendía perfectamente.

Lunes, 11.42.- Leo en los papeles salmones que el paradigma ha cambiado por culpa del coronavirus y que a los accionistas ya no hay que satisfacerles tal cual como primera providencia, sino gestionar el ecosistema de las empresas para que cumplan con la utilidad social. Suena tan guay que será mentira.

Lunes, 15.05.- No basta con que sea lunes enésimo de confinamiento, sino que además ensalada de brócoli. Redundante crueldad.

Lunes, 17.45.- Guasap de una de mis amigas sobre sus hijos, ya talluditos, azotados con saña por la primera crisis y sus expectativas laborales y personales. Veinte másteres en cada pierna. Parecía que se estaban levantando con sus sueldos de mierda, con sus contratos de mentira, con sus barreras para acceder a la vivienda, con la imposibilidad de independizarse. Esta nueva crisis los va a rematar. Llegarán a los cuarenta y seguirán siendo becarios. El chaparrón, afuera, es de traca.

Lunes, 18.31.- Mi grupo amablemente de derechas me reenvía cual exclusiva las líneas maestras del plan de desconfinamiento de la Junta, donde destaca piadosamente la vuelta a misa el día tres. Mes de mayo, mes de María, venid y vamos todos que madre nuestra es. Les he comentado a tal fin dos cosas: que yo, siendo sincera, primero abriría los bares y luego las iglesias. Y dos, con íntima emoción, que la primera sensación de libertad real de mi existencia fue cuando las monjas nos dijeron que la misa ya no era obligatoria. Nunca más volví.

Lunes, 18.36.- Como andaba chisposa, les he dicho además que me parece una apertura muy oportuna, toda vez que si vas a misa y te mueres de pandemia con devoción no puede ser en ningún caso igual que el que se muere laicamente por haberla pillado en los vagones del metro o en la puerta de la pescadería. Nadie me ha contestado.

Lunes, 19.42.- Buscando a Lorca, al reino de Dios (“un enorme paraje sombrío”) y a las derechas católicas en mis notas, en momentos tan cayetanizantes como éstos, se le saltan las costuras de la razón al joven poeta y viene a escribir: "sois unos miserables políticos del mal, ángeles exterminadores de la luz, predicáis la guerra en nombre de Dios y enseñáis a odiar". ¿No era para matarlo?

Lunes, 19.49.- Y como le escribió Rubén Darío a Paul Verlaine en su obituario: Federico, muy poco tiempo después, “dejó de padecer el mal de la vida”.