Era una yo una chiquilla con cierto empaque en el mar de los olivos de Jaén, subía y bajaba a La Luna casi todas las noches y quiero recordar que fue allí la primera vez que me llegó el rumor de Felipe López, casi a su pesar.  Se decía de él que hacía su trabajo de alcalde caminando sobre las aguas; se decía de él que no iba de nada, no se hacía el imprescindible, no tenía séquito de aduladores ni coche oficial.

Me vine o me vinieron a Sevilla a explorar las profundidades del miarmismo, pasaron los años, seres felices y bien alimentados, el gran Gaspi virreinaba en todos los puntos cardinales de la provincia y sin embargo y casi a su pesar seguía el leve rumor de Felipe López. Se decía de él que ejercía la presidencia de la Diputación con una destreza casi musical, la socialdemocracia sin los aspavientos y sin ambiciones.

Por fin tuve el placer; una conversación no demasiado larga, una serenidad en la palabra (la suya), un porte de cartel. Qué desperdicio, pensé, y creo que se lo dije: vente para Sevilla, Felipe, con la de tontos cum laude que abundan en los oficios capitalinos derivados, con la de consejeros destinados a la inadvertencia a su pesar, vente para Sevilla Felipe López. Y Felipe López declinaba con una leve sonrisa y se volvía por la carretera de Porcuna, su metáfora de la política.

Cuando ya parecía que el olvido se lo llevaría por delante, nos lo hicieran consejero de Obras Públicas sin dinero, lo cual creo que recordar que me dijo con guasa alcalaína, no deja de ser un pequeño inconveniente.

El tranvía de Jaén es (era) el más estúpido embrollo que la memez de los políticos haya concebido nunca, entendiendo nunca desde abril del 79. Para que esas cosas ocurran no se necesita una conjunción astral. Basta con que haya un alcalde descerebrado. Y ése era Fernández de Moya, que dijo aquello del “tranvía socialista” de la misma manera que un locutor vino a referirse al “idioma soviético” y que tiene el cuajo de haber dejado al partido en guerra cainita y al ayuntamiento más endeudado de España. Como premio, su amigo Arenas le ha promovido a secretario de Estado de Hacienda. No es broma.

Un Felipe López y un alcalde (del PP, por supuesto) después y una exigible responsabilidad del buen uso del dinero público, donde hoy son jaramagos de siete años de antigüedad y vías ocupadas por aparcamientos, los andaluces de Jaén subirán y bajarán en unos meses con su tranvía.

Dice mi altocargo que, como suele ocurrir con las/los de mi negociado, está de acuerdo en el fondo pero que es clamorosa la exageración en la forma y que no es para tanto festín que un consejero haga su trabajo, incluso que haga bien su trabajo. Pero yo le noto un deje de celos de Felipe López, al que Susana nos guarde muchos años. Y no sin razón.