Caminaba acongojado hacia las urnas, mientras las caras de netol resplandecían confiadas por las encuestas que tanto me llevaron al desaliento desde la semana anterior. Había decidido no machacarme repasando los errores cometidos, se habían cacareado demasiado durante la campaña, y ere sobre ere, era demasiada insolencia de aquellos que ponían sordina al abecedario propio, mirando la paja en el ojo ajeno Entregué a la presidenta de la mesa carnet de identidad y voto, como el náufrago el mensaje en la botella o el alumno que confía poco en la realización del examen.

Ese era el panorama, pintarlo de otra manera, es confiarle a la esperanza y al trabajo intensivo de un mes de campaña, las buenas sensaciones del trabajo bien hecho, y como todos sabemos, treinta años no es nada, ni a efectos de jubilación, con la crisis envolviéndonos como la tormenta perfecta.

La verdad es que después de oír a Griñán hacer varias referencias a la necesidad de ganar las próximas elecciones en Francia, el duendecillo de la mente, me recordaba la frase de Humphrey Bogart Casablanca “Siempre nos quedará París”. Frase de celuloide que jugaba en blanco y negro, sobre el aire gris ventoso de la Málaga del 25 de marzo y con la hora cambiada.

Alonso había ganado en Malasia, Unicaja había ganado por fin, y por la tarde, los pupilos de Pellegrini, nos obsequiaron con un triunfo y un puesto de honor en el escalafón de la primera división de futbol. Solo nos quedaba prepararnos para cuando se abrieran las urnas, que como toriles encerraban el ser o no ser de tantas cavilaciones.

A los socialistas malagueños se nos presagiaba un fracaso rotundo, y mientras unos amarraban los palos sueltos de la balsa para salvarnos del naufragio, otros tripulantes cundían el aullido de las ratas alentando la tragedia, tan normal, como en los mejores equipos.

La primera encuesta a pie de urnas que conocimos, nos dio un vuelco al corazón, nos empedró de confianza; aunque experimentado como era en al trasegar del voto, seguí desconfiado y ajetreado, mientras de reojo observaba los resultados hasta las diez más o menos de la noche, las nueve del sábado. Aparentemente increíble, pero cierto, podíamos gobernar Andalucía con el apoyo de IU, el gozo de Arenas en un pozo; y más, los socialistas malagueños revalidamos nuestros resultados anteriores.

Hace poco un historiador malagueño me mostró la solicitud de la primera manifestación malagueña por la autonomía andaluza firmada por mi, aquel día a la vez entusiasta y tristísimo del 4 de diciembre de 1977. Han pasado muchas páginas y ni a Andalucía, ni a Málaga la conoce “la madre que la parió”, pero todo parece más efímero que sólido por el juego de la propaganda de los populares.

El silencio del voto, que no el voto de silencio me ha reanimado, han puesto las cosas en su sitio, lo que me permite felicitar con solidaridad y amistad a los actores del resultado. Gracias a votantes y militantes socialistas, puedo cambiar la tarabita que me entretenía al votar y “también nos quedará Andalucía”.