Los sables de antaño son los cables de hogaño. Cables pelados porque al tocarse provocan chispas que pueden incendiar la casa y cables cruzados porque los exmilitares en donde se alojan tales cables creen estar embarcados en una cruzada donde, en realidad, los únicos combatientes son ellos y el único enemigo es su propia sombra.

Como creen que España puede arder pero ya está tardando, han pensado que lo mejor es pegarle fuego ya mismo y alimentar la descomunal hoguera con unos 26 millones de herejes. Como saben que hoy, al contrario que en el 36, no pueden sojuzgar al país con sus herrumbrosas lanzas, han decidido incendiarlo cruzando sus cables pelados hasta que salte la chispa milagrosa. ¡Chas!

Además de tener los cables cruzados, los combatientes son pocos y el combate que libran es imaginario. Siendo así, ¿dónde está, entonces, el problema? En el público. En la mucha gente que los escucha y los jalea.

El problema está en que estos decrépitos guerreros de la noche tienen cada día más público, un público en el que hay de todo un poco: dirigentes de la derecha y la ultraderecha; ciudadanos que creen ser apolíticos; vecinos acaudalados del madrileño barrio de Salamanca o el sevillano barrio de Los Remedios en Sevilla; clases medias venidas a menos que temen con razón volverse todavía menos medias; pobres que temen con razón volverse todavía más pobres…

A todos ellos los une un arraigado resentimiento cuya causa primera fue la fallida revolución catalana, pero a la que se han ido sumando causas secundarias –como la incertidumbre económica– y motivos adyacentes –como los socios vascos y catalanes del Gobierno español–. Causas y motivos que aislados no son nada pero juntos lo son todo.

Se trata de ciudadanos que votan todos ellos a Vox y una buena parte al Partido Popular. No quieren fusilar a 26 millones, pero verían con buenos ojos la desaparición de unos cuantos y la ilegalización de unos cientos de miles.

Tal vez no sean todavía peligrosos, pero son un problema porque, como millones de españoles conservadores durante la Segunda República, no se sienten comprometidos ni concernidos por el régimen democrático, cuya rectificación ansían aun sin tener los votos suficientes para hacerlo. Sus cables aún no están pelados ni cruzados, pero están a punto.

[Una coda final entre corchetes: es obvio que Esquerra Republicana, Junts o Bildu no son partidos plena y escrupulosamente leales a la España constitucional del 78, como tampoco lo es Vox o como tampoco lo era la CEDA de los años 30, pero hasta ahora todos ellos han competido limpiamente en las elecciones y nunca han puesto en duda el resultados salido de ellas. Aun así, hay un inquietante parecido con los años 30: consideran que la verdadera Cataluña, la verdadera Euskadi o la verdadera España son ellos y solo ellos].