Aunque digan enarbolar la bandera de la razón, los republicanos españoles más inteligentes son muy dados al pensamiento mágico. Entre los monárquicos también sucede, pero solo entre los más cerriles.

Comencemos rescatando una reflexión de la periodista Julia Otero que refleja el sentir de mucha gente: "Simbólicamente o emocionalmente puedes ser monárquico, pero racionalmente no hay argumentos intelectuales para mantener que un señor por un determinado óvulo y un espermatozoide tenga unas prioridades y un destino diferente a otra persona".

Es cierto. Y ahora repitamos la frase introduciendo algunos cambios: "Hoy en España, simbólicamente o emocionalmente puedes ser republicano, pero racionalmente no hay argumentos intelectuales para mantener que los graves problemas que tiene el país no se resuelven porque somos una monarquía, pero se resolverían si fuéramos una república”.

Agenda sí, pero ¿republicana?

Aunque vestido con los ropajes de la racionalidad, el razonamiento de Otero es en realidad puro pensamiento mágico. Como lo es el del líder de Podemos y vicepresidente segundo del Gobierno. El día de la Constitución, Pablo Iglesias firmaba en Público.es un artículo abogando por  “un horizonte republicano para el constitucionalismo social y democrático”. Un artículo en apariencia muy racional, pero en realidad pura magia.

El interés del texto de Iglesias radica no tanto en lo que dice queriéndolo decir, como en lo que también dice sin pretender decirlo. El líder morado identifica como parte de una “agenda republicana” asuntos que en realidad no son ni monárquicos ni republicanos, sino de mera agenda democrática: “la defensa de los servicios públicos, de los derechos de los trabajadores, del feminismo y la sostenibilidad de la vida, de unas instituciones que cuiden e incluyan, de la fraternidad y la solidaridad, de lo común, de la res pública”.

Iglesias cita otros problemas como el rentismo, la especulación urbanística o la corrupción, que sofísticamente carga sobre las espaldas de la corona al encuadrarlos en un modelo económico cuyos “protagonistas empresariales quisieron que la monarquía fuera su marca y su embajadora”. Como prueba de cargo contra la corona es poco consistente.

Teoría (y práctica) del referéndum

Sostiene no sin razón Iglesias, que “la monarquía no es hoy, para millones de españoles, un símbolo de unidad entre los ciudadanos y los territorios del Estado”. Cierto, pero el argumento vale igual para la república, que tampoco es precisamente un “símbolo de unidad” para no menos millones de españoles.

El vicepresidente no plantea abiertamente hacer un referéndum, pero todo su artículo sugiere que habría que hacer una consulta popular. Ahora bien, a la hora de plantear un referéndum es importante preguntarse cuántos problemas actuales puede resolver, cuántos nuevos puede crear y cuántos antiguos puede dejar como estaban o incluso reactivar.

Si no es verosímil que la república, en tanto que república, pueda resolver ni uno solo de los problemas que lastran nuestra democracia o que arrastra nuestra estructura económica o nuestro sudoku territorial, ¿por qué razón habríamos de sustituir la actual monarquía por una república? Lo racional es no meterse en ese lío cuyas contraindicaciones son fáciles de adivinar, pero suyos beneficios son muy dudosos.

La pregunta vale para todos salvo para aquellos que piensan que la república como tal tiene ciertas virtudes taumatúrgicas capaces de curar unos males de la democracia que tendrían su causa en la monarquía, no en un mal Gobierno, un Parlamento deficiente, una Justicia controvertida o un rey defraudador y codicioso.

Avancemos pues, a modo de conclusión y con algo de retranca, lo mismo que, a propósito de su alcalde, concluía aquel personaje de 'Amanece que no es poco': ¡Felipe VI, nosotros somos contingentes pero tú eres necesario!

Teoría (y práctica) del referéndum

Por su propia lógica binaria, todo referéndum relega la pluralidad a un segundo plano o, si se quiere, inaugura una nueva pluralidad que por definición expulsa del espacio público los argumentos y las emociones de quienes perdieron la consulta. Por eso suelen tan mal negocio colectivo los referéndum ganados por la mínima.

Un referéndum ganado por los republicanos –o por los monárquicos– por un estrecho margen, y es casi seguro que así sería, probablemente crearía más problemas de los que resolvería: recuérdese que el principal mérito de la monarquía constitucional nacida en 1978 fue el amplísimo respaldo social que siempre tuvo hasta fechas recientes. La carta magna no la votó todo el mundo por ser buena, sino que es buena porque la votó todo el mundo.

Por lo demás, quienes son partidarios del referéndum como herramienta democrática no suelen serlo de todos los referéndum, sino solo de aquellos en los que su opción puede ganar o debilitar la opción contraria. Quienes quieren un referéndum sobre la república es seguro que no lo querrían sobre temas de inmigración, pongamos por caso, como el celebrado en Suiza en 2009 sobre la prohibición de construir mezquitas, consulta que estaría encantado de que se llevara a cabo en España un partido como Vox, enemigo a su vez de cualquier plebiscito sobre la forma de Estado.

Pero este argumento no es una impugnación del referéndum como tal, al que nadie puede honestamente negar su linaje pulcramente democrático: es más bien una impugnación de quienes se ponen estupendos y creen ser más demócratas que los demás dando por sobreentendido que defienden todos los referéndum, cuando en realidad solo defienden algunos.