Domingo 14:57.- En mi casa los domingos (la mía es siempre la de mis padres; debajo de la cantarera, observando el universo y las pantorrillas de mi tía Clotilde) era pollo con arroz, mi padre bendecía el pan haciéndole una cruz antes de cortar la hogaza. Esas manos enormes nos protegían de todo mal.

Domingo 15:25.- Nos hemos conjurado contra los reproches. Por ahora. La diferencia moral es que nuestro confinamiento es voluntario. Hemos decidido no sentirnos tornillos chinos. Ni italianos vocingleros. Somos cooperadores guays del bien común. Unos ejercicios espirituales teledirigidos estilo Manolo Vicent. Tomad y bebed. Aceptable tinto de crianza.

Domingo 15:44.- Abril en septiembre. La naturaleza engañada. El cambio climático ayuda a la confusión de las floraciones. Riegos de azahares en camiones cisterna. Cunde una idea de la feria por entonces (llaman al cielo, ¿quién es?, San Miguel, deja dos cajas) en las redes y mi primer pensamiento es si mi nuevo traje de flamenca, tan remono, se quedará sin  estrenar.

Domingo 16:12.- ¿Y si fuera Semana Santa todo el año?  MI altocargo retoma su viejo plan de aprovechamiento del eufónico Estadio Olímpico, aquella fantasía de miles de millones de Rojas Marcos para nada. En principio sólo para catalanes y japoneses, pero sensible a la gentrificación. Cierre del estadio, calefactores, perritos calientes, los armaos de la Macarena, la madrugá todos los fines de semana, reservas por internet. Los yankees tendrían ya un santódromo con saeteros raperos y fletaríamos vuelos a Las Vegas. Segunda botella de confinamiento.

Domingo 8:33.- La curiosidad es el periodismo. Ve con los ojos abiertos, niña, me decía el director de aquel diario local de plomo y censores. La ciudad sólo ofrece asfalto. Un vacío del terror ciego de Borges. La amenaza de los abrazos ha sido conjurada. El miarmismo también. Tuve un sueño una vez con las calles iguales y vacías. Creía que estaba muerta. Pero me salvó una letra húmeda de Pablo Milanés.

Domingo 9:27.-  La indignación viaja en guasap. Mi amore enrojece: ¿cuántos muertos necesitan los periódicos de la derecha para matar a Sánchez? Un viejo cuento: los muertos son culpa de los otros, el infierno de Sartre: los de la guerra civil, los del terrorismo y naturalmente, los del coronavirus. Este gamberrismo tremendista encabronado por los jefes de prensa para tranquilizar a los ciudadanos de Sotogrande.

Domingo 10:35.- Me acuerdo del gran Páez, Jerónimo. La vida iba bien, fluían las ideas en servilletas de papel, los políticos, incluso encantadores. Hasta que llegó la otra gran peste, la de los jefes de gabinete, asesores, despachos y esa chusma que alquitrana las almas con anglicismos y másteres que acaban alfombrando el camino a Vox en nombre del mercado. Páez daba una conferencia sobre el gran Ibn Jaldún abarrotando los reales alcázares: el mundo funcionaría mejor sin jefes de gabinete, remató ante el espantado auditorio. Se cortaba el silencio. Sospecho que era una cita de Koestler: la vida sexual ha sido totalmente reemplazada por los orgiásticos  e interminables elogios a los jefes del partido.

Domingo 19:55.- Joer con el Corina virus. Este chico Felipe le echa cohones con sus cortafuegos. A la monarquía acabaremos votándola.

Domingo 20:00.- Los niños y mi altocargo han aplaudido al cielo del anochecer de marzo para el personal sanitario. Esa espontaneidad me devuelve la propiedad de la esperanza. No siempre fracasamos las soñadoras.