Sevilla se vistió esta semana de grandilocuencia: la capital andaluza es también la capital del espacio. Un espacio en el que no hay negacionismo climático, sí progreso científico. Un espacio en el que no hay rivalidad entre países sino colaboración transnacional. El protagonismo interestelar de Sevilla sirve para sentar las bases de la nueva carrera espacial europea.

La carrera espacial pactada por ministros europeos y por los principales actores del sector aeroespacial y de defensa tiene nuevas características. Debe ser sostenible, debe abrir las puertas del espacio al sector privado y al mercado y debe estar orientada a mejorar la respuesta científica ante la emergencia climática.

La Semana Europea del Espacio ha servido para presentar en sociedad a la nueva Agencia del Espacial Española, que hace casi un año aterrizó en Sevilla . Además, se realizó la reunión informal de los ministros del espacio de la UE y la asamblea de la Agencia Europea del Espacio (ESA). Todo ha servido para fijar objetivos comunes, que pasan por afianzar la autonomía y soberanía europea en el espacio.

Eso sí, para afianzar los emblemas europeos que son los sistemas Galileo (posicionamiento y navegación), Copérnicus (monitoreo del planeta) e IRIS-2 ( la infraestructura física que teje el ecosistema satelital) Europa precisa de cohetes y lanzaderas, algo de lo que carece por ahora.

El presidente de la ESA, Josef Aschbacher, en comparecencia con la ministra de Ciencia e Innovación, Diana Morant presentó la zanahoria con la que quiere impulsar al sector privado para 2028. Se trata de la creación de un vehículo que aun no existe, “un cohete-cargo capaz de llevar equipamiento a la Estación Espacial Internacional y traer material de vuelta”. La ESA cuenta con financiación para ello.

Otro objetivo para los 27 países de Europa es la elaboración de un marco legal que regule la actividad espacial. La aparición de nuevos actores privados en el espacio está aumentando la basura espacial. Europa propone una proyección espacial de 0 emisiones de gases de efecto invernadero y un programa de recogida de basura, Estos objetivos beben de una conciencia común ante la emergencia climática.

Un espacio de utopía

Si la carrera espacial, merced a la Guerra Fría, siempre fue sinónimo de pulso armamentístico, Sevilla ha dado la bienvenida al nuevo paradigma. Europa habla abiertamente de colaboración con otros actores y teje una prioridad lejos del control bélico: servicios ciudadanos.

La Semana Europea del Espacio sirve para confirmar y conocer programas como Galileo o Copérnicus que vienen ofreciendo un servicio público con “datos de forma abierta y gratuita”, para que sean explotados y desarrollados por la academia y el sector privado.

Las principales empresas aeroespaciales tratan de dar a conocer las repercusiones, a menudo invisibles para la ciudadanía, de sus proyectos. Tarsis25 es un dron no tripulado capaz de actuar de nodo de comunicaciones en el sistema Galileo, lo que permite la navegación de un ecosistema de drones y vehículos con independencia del sistema GPS, basado en satélites estadounidenses.

El sistema Galileo cuenta con más garantías de seguridad en los servicios de geolocalización gracias a su “atentificación", que evita señales maliciosas. Además, cuenta con un servicio de alta precisión de posición. Quizás, circulando por una autovía con tu coche, parezca algo accesorio, pero cuando se trata de ofrecer datos para que un vehículo aterrice/despegue o maniobre en márgenes de centímetros, es esencial.

Y no hablamos solo de drones, también de navegación marina. Los grandes canales acuáticos europeos, autopistas por las que se transporta gran parte de las mercancías del continente, cuentan también con servicios que se apoyan en Galileo. Resultado, más seguridad y menos contaminación en las aguas europeas. Los mismos sistemas de navegación funcionan también en trenes e infraestructura ferroviaria.

Garantías ante un tiempo apocalíptico

El departamento de Cambio Climático de Copérnicus, el programa de observación de la UE confirma que este año ya es el más caluroso desde que existen registros. Esto abunda en la existencia de fenómenos meteorológicos extremos con los que nos vemos obligados a convivir, y eso implica observarlos,

Copérnicus tiene ámbitos específicos de trabajo que son desarrollados por empresas de todo el continente especializadas en la salud y el bienestar, en los movimientos de la costa, el aprovechamiento energético o la observación del ártico y sus masas de hielo.

La misión de Copérnicus es ofrecer información ante eventos extremos y patrones de comportamiento que permitan predecirlos y gestionarlos. Es una prioridad europea que no existe en otros países. EEUU, con toda su constelación de satélites, se vio obligado a echar mano de Copernicus en 2018, cuando el huracán Florence asoló Carolina y Virginia.

Empresas como la italiana e-Geos ha desarrollado modelos que nos permiten prever los movimientos de agua en inundaciones, incluso en las llamadas “flash-floods”, las riadas repentinas que han asolado a finales de verano Grecia o Libia, por ejemplo.

Copérnicus ya ha puesto a disposición de los servicios de emergencia del continente más de 700 mapas que, en cuestión de horas, predicen cómo se desarrollarán inundaciones, fuegos, terremotos o accidentes industriales. De hecho, Copérnicus fue aliado esencial en el mapeo de la distribución de lava y gases nocivos durante la erupción del volcán de La Palma.

Otra fuente de datos que ofrece el sistema es la observación de los océanos o de los polos. Se trata de monitores el “océano azul, el verde y el blanco”, detallan desde Copernicus Artic Hub. El océano azul informa sobre la temperatura del agua y la alteración de las corrientes marinas que regulan la temperatura a nivel global. El océano blanco informa sobre la salud de las masas de hielo ártico o antártico. El verde, aludo al estado bioquímico de las aguas, concretando los niveles de acidificación, clorofila o de nutrientes.

Toda esta información, repetimos, es de libre acceso y permite la ubicación concreta de parques eólicos marinos, de rutas de navegación, de campañas de pesca o granjas de acuicultura… pero sobre todo, es un garante de la predicción meteorológica. La Agencia Europea del Medio Ambiente (AEMA) es otra de las instituciones que ofrece la lectura de datos del suelo.

Lo que empezó siendo una visión aérea y nos permitió vernos y regular el espacio a ojo de pájaro, hoy posibilita gestionar el territorio sin fronteras, una idea que, cuando se puso en marcha en los años 90, “era revolucionaria”, detallan desde la AEMA.

Las posibilidades de observación son infinitas, desde la salud de los tejidos forestales, el estado de fertilidad del suelo agrícola, la aparición de plagas o sequías o los efectos en la salud de vecinos de una ciudad en función a las zonas verdes que hay en su barrio… en definitiva, lo contrario a negar la existencia de la emergencia climática, se trata de conocer para prevenir, ya saben: adaptación y resiliencia.