La alegría es una emoción que puede ir como el camión de la basura por barrios, ruidosa y presumida, dicen que puede ser menos contagiosa que la risa, porque la envidia se mantiene al acecho para evitar pandemias.

La tristeza es tan íntima que se suele refugiar en la soledad; es cabizbaja, sombría, silente; se extravierte con mucha amargura, y suele rematar en lamento y pañuelo de lágrimas.

Don Mariano práctica el revés y el envés de la alegría y la tristeza. Por la mañana se mira al espejo a sopesar canas y ojeras, respira hondo, y se ven la sima, en la presidencia, pletórico y único. Suena la campana, o lo que suene en la Moncloa, y se ve tan real, que no se puede volatilizar ante la crisis y cae en la depresión. Si antes escalaba con verbo desafiante e impartía magisterio, ahora susurra patriotismo de tristeza.

Nadie puede levantar la tienda de campaña del poder en la cumbre de la indigencia económica, y menos plantar este verano la jaima del emir en la pendiente de un cortafuego. La vereda nunca ha dejado al tonto, y es de tonto no dejarla. Las circunstancias invitan a que funcionemos juntos antes que se nos queme el último euro. Hemos tenido el ejemplo de que unidos y coordinados somos capaces de apagar hasta el último rescoldo del incendio que hemos vivido.

El tiempo pasa, bienvenida Merkel, oído Draghi, y la elección de deberes que nos impondrá la troika comunitaria, apuesta por la tristeza colectiva. El IVA puede que haya alcanzado su mayoría, cuando nuestras últimas monedas hace tiempo que se fueron a hacer turismo de vagabundos. Pero cuando más nos necesitamos, más necio se nos vuelven, y los de Don Mariano, compañeros del alma compañeros, redefinen su salud patriótica a costa de la de Bolinaga, y acusan al ministro de Interior de humano, y aunque les importe un bledo, al compañero presidente hay que prepararle las parihuelas, y mejor las camillas propias, mullidas y de pago que las de las asonadas públicas.

Pero la tristeza que nos tiene ocupados es la de esa especie de madelman goleador del Real Madrid, Don Cristiano Ronaldo. Los que miden la fuerza de los ecos de los forofos, señalan que nada hay más sonoro que un gol en el Bernabeu, pero lamentablemente ese coro ha perdido a su agitador y solista que está sumido en su millonaria depresión.

Así que mientras don Mariano entre las cuerdas, no nos deja sitio a los demás, y el verano de calor y llamas, nos anticipa el otoño caliente. Entre sonrojos nacionales y autonómicos, tratan de despejarme la incógnita de la exultante tristeza de Cristiano Ronaldo.