Dado que, en contra de los rumores que con insistencia han circulado durante todo el día, Mariano Rajoy ha descartado presentar su dimisión antes de que este viernes se vote la moción de censura contra él, el socialista Pedro Sánchez será presidente del Gobierno. Con 84 diputados, pero presidente. Con apoyos comprometedores, pero presidente. Con grave riesgo de salir malparado en un mandato que se augura breve y difícil, pero presidente.

Sus adversarios lo acusan de que quería serlo a toda costa, pero no parece que Sánchez lo quisiera más que cualquiera de ellos: ¡pues claro que quería ser presidente! Ay del líder de quien se diga que no quiere serlo.

Un año en blanco

Quien en pocas horas sustituirá a Mariano Rajoy al frente del Gobierno de España es el mismo hombre del que hasta apenas una semana la mayoría de observadores decían que era un líder confuso, desdibujado y errático que no había sido capaz de poner de nuevo en el mapa al Partido Socialista.

Había ganado en las primarias pero estaba perdiendo en las encuestas. El PSOE de Pedro Sánchez no recuperaba terreno perdido y él mismo no despegaba, y ninguna de las dos cosas era esta vez culpa de Susana Díaz ni de ningún otro barón crítico.

El secretario general llevaba doce meses con las manos libres pero no sabía qué hacer con ellas. Cundía la preocupación incluso entre quienes se habían unido a su bando en la cruenta guerra civil de hace un año que conocemos con el benévolo nombre de primarias.

El acelerador de partículas

Pero de todo eso hace una semana, que últimamente en la política española es una eternidad. La sentencia condenatoria del caso Gürtel, conocida el jueves pasado, lo cambió todo. Aunque en sentido estricto no decía nada rabiosamente novedoso, el fallo judicial operó como una especie de acelerador de partículas que imprimió a la política española una velocidad de vértigo. Todo se precipitó en unas horas.

Los reproches de los líderes fueron unánimes, pero solo uno estuvo más rápido que sus competidores. Con un sigilo que lo obligaba a prescindir, no muy ortodoxamente, de cualquier consulta a la Ejecutiva Federal o al Grupo Parlamentario que firmaba la iniciativa, Pedro Sánchez ordenaba de modo algo ventajista la presentación de la moción de censura que ha acabado con Rajoy y relegado a sus competidores –a unos por apoyarla y a otros por lo contrario– a un segundo plano.

Viento norte, viento sur

A renglón seguido, la presidenta del Congreso, Ana Pastor, aceleraba astutamente los plazos para debatir la moción creyendo que con ello le hacía un favor a su jefe y amigo Mariano Rajoy. Cuanto menos tiempo tuviera Sánchez de armar los apoyos parlamentarios para sumar 176 diputados, mejor.

¿Tan torpes son los populares y tan hábiles los socialistas? No es probable. De hecho, cuando el PSOE registra la moción en el Congreso casi todo el mundo, los socialistas los primeros, pensaba más bien que estaba condenada al fracaso.

Sin embargo y a imitación del inestable tiempo primaveral, el viento político empezó a cambiar súbitamente de dirección: si el viernes por la mañana todavía soplaba con cierto brío sobre la popa de la nave popular, poco después arremetía contra su proa y más tarde atacaba el flanco de babor con tanta furia que amenazaba seriamente la estabilidad del barco, su capitán y su perpleja tripulación. El naufragio está previsto para este viernes hacia las dos de la tarde.

El precio del agua

Despejaba la primera incógnita, si triunfaría o no la moción, ahora se abren todas las demás. Entre los socialistas andaluces, pero no solo entre ellos, hay mucha preocupación porque interpretan que apoyarse en Podemos y en los independentistas es muy arriesgado: Ciudadanos y el PP no le darán ni agua a Pedro Sánchez, y el agua que puedan darle sus socios de investidura se la cobrarán a precio de oro.

Ciertamente, cada vez que Pedro habla de naciones, y hoy lo ha hecho en el Congreso aunque sin pronunciar la palabra plurinacionalidad, en el PSOE andaluz saltan las alarmas; a veces saltan incluso sin que hable de ellas.

¿El célebre “Pedro no me hagas elegir entre Andalucía y el PSOE”, que pronunció Susana Díaz en el congreso socialista andaluz de hace un año, golpeará de nuevo las puertas de Ferraz como un fantasma que regresara del pasado? Está por ver. En todo caso, cometería un gravísimo error Sánchez si diera a Díaz motivos para obligarla a desempolvar aquella advertencia.

Nada está escrito

En principio, los recelos y sospechas están fundados. Como lo está la previsión de que PP, Cs e importantes conglomerados mediáticos atacarán sin piedad al PSOE por apoyarse en quienes se proponen romper el marco constitucional. Sin embargo, nada está escrito. Los últimos años de la política española nos han enseñado exactamente esa valiosísima lección: que nada está escrito.

Tal vez los soberanistas ya no tengan tanta prisa en romper España como tenían hace solo unas semanas. Tal vez la mano tendida al diálogo que les ha ofrecido Sánchez la interpreten como esa pista de aterrizaje para volver a la realidad que muchos de ellos, pero sobre todo ERC, llevan meses esperando ansiosamente.

El resucitado

Pedro Sánchez es todavía joven pero ha demostrado ser un político muy experimentado en muertes y resurrecciones. Lo mataron los electores en diciembre de 2015 cuando un millón y medio de ellos dieron la espalda al PSOE… pero resucitó. Lo mataron sus compañeros en el Comité Federal de octubre de 2016… y volvió a resucitar.

Lo estaba matando su propia impericia como secretario general desde hace un año, y de nuevo ha renacido de lo que parecían sus cenizas. ¿Cuándo será su próxima muerte? ¿Cuándo su nueva resurrección?