Pedro Sánchez: “A partir de ahora, la única autoridad competente es el Gobierno de España”. El primer estado de alarma fue aprobado el 14 de marzo por el Gobierno de España para combatir una pandemia que ya entonces sumaba casi 200 fallecidos y más de 6.000 contagiados y nos situaba como el segundo país de Europa y quinto del mundo en número de casos.

El 25 de marzo las Cortes votaban la primera prórroga, el 9 de abril la segunda. En ambas, el Partido Popular votó a favor pero habló en contra. En la siguiente prórroga se abstuvo y en la de mayo ya votó en contra. Aunque el voto fue cambiando, el discurso fue prácticamente el mismo con el sí, con la abstención y con el no: durísimas críticas y descalificaciones a un Gobierno cuya legitimidad el PP se resiste a reconocer.

La tregua que nunca llegó

Pablo Casado había decidido que la crisis sanitaria, social, económica y presupuestaria provocada por la Covid-19 era una oportunidad de oro para poner contra las cuerdas al Gobierno. Decidió hacer política con la pandemia, y ello a pesar de que las medidas epidemiológicas, laborales o sociales del Gobierno de España eran aproximadamente las mismas que, exceptuando algunos negacionistas irredentos, estaban adoptando todos los países.

La pandemia no era un hecho político; las armas para combatirla, tampoco: fuera de la ideología que fuera el comandante en jefe de las divisiones sanitarias y científicas que las empuñaban. Así lo entendió la oposición en la mayoría de los países, pero no en el nuestro.

Temeroso de ser menos duro que Vox, Pablo Casado siempre fue muy crítico con el estado de alarma, pese a los titubeos que él mismo mostraba cuando se le pedía que detallara su alternativa. El 4 de mayo, en una entrevista en Onda Cero con Carlos Alsina, intentaba justificar por qué iba a votar en contra de la prórroga del estado de alarma, abogaba por “abrir la economía ya”, interpretaba el confinamiento como una conculcación de derechos fundamentales y proponía que las medidas se modularan en las comunidades autónomas porque las tasas de contagio eran muy distintas en unas u otras.

Contagio

Más tarde, cuando el Gobierno decidió delegar las competencias en los gobiernos autonómicos y estos optaron por diferentes grados de confinamiento y restricción de la economía, el discurso de Génova no fue menos crítico con la Moncloa, pero los argumentos cambiaron: lo que ahora sucedía es que Sánchez se había quitado de en medio irresponsablemente para dejar la patata caliente a los presidentes autonómicos. Con mayor o menor énfasis, casi todos los gobiernos autonómicos del PP vienen repitiendo ese reproche desde hace semanas.

Lo más grave de la estrategia de tierra quemada de Casado es que marcó la pauta que habrían de seguir no ya los gobiernos autonómicos del PP o la oposición popular en las comunidades donde no gobiernan, sino también los gobiernos de izquierdas y la oposición de izquierdas. Como esas guerras civiles en las que “se fusila más que se combate”, en la política española se injuria más que se debate.

El virus puesto en circulación por Casado era contagioso. Las energías políticas de los partidos se pusieron y se siguen poniendo en buscar y rebuscar los errores, rectificaciones y contradicciones del gobierno de turno, no en colaborar con él para combatir juntos la mayor emergencia sanitaria de la historia de España.

¿Pudo hacer más el Gobierno para evitar que la ideología contagiara a la epidemiología? ¿Por qué no fue capaz de tender puentes creíbles con la oposición? ¿Porque no pudo? ¿Porque no quiso? ¿Fue posible en algún momento, al comienzo de la pandemia, buscar la complicidad del Partido Popular? ¿Estuvo Pedro Sánchez interesado en hacerlo? ¿Lo estuvo Pablo Iglesias? Nunca lo sabremos.

Lo que sí sabemos es que 2020 ha sido el año en que mucha gente ha apagado la radio o la televisión cuando informaban de los debates parlamentarios. No podían soportarlos: ¡hasta tal punto se avergonzaban de lo que estaba sucediendo!