"Nadie más que los gibraltareños decidirán el futuro de nuestra tierra. Nunca permitiremos ninguna concesión sobre nuestra soberanía. Preservaremos y mantendremos la plena jurisdicción y el control sobre nuestra tierra y la totalidad de nuestras aguas y nuestro espacio aéreo”.

Son las palabras que pronunció el ministro principal de Gibraltar, Fabian Picardo, el pasado 10 de septiembre en su discurso del National Day. De haber estado por allí cerca el don Latino de Valle de Inclán, tal vez le hubiera dicho lo mismo que a su amigo Max Estrella: “Fabián, no te pongas estupendo”.

Y es que, más allá de las proclamas patrióticas de rigor, el futuro del Peñón está en manos de Madrid, Londres y Bruselas. También de los 30.000 habitantes de la roca, pero siempre de forma subsidiaria, pues no en vano el peso político real de los llanitos se fija en Londres, no en Gibraltar. La soberanía del Peñón vale lo que Londres decida que vale, que desde luego es mucho, pero en ningún caso tanto como vale la de Irlanda del Norte, un territorio del Reino Unido políticamente volcánico.

Un tipo no muy de fiar

La alusión al Ulster no es vana, ya que las dificultades que están surgiendo para aplicar la excepcionalidad pactada entre Londres y Bruselas para evitar una frontera dura con la República de Irlanda podrían acabar salpicando a la negociación sobre Gibraltar. Cuando el negociador que se tiene enfrente es un tipo tan poco fiable con respecto a sus propios compromisos como Boris Johnson, todo es posible.

El pasado 19 de octubre, el ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, José Manuel Albares, se mostraba confiado en alcanzar un acuerdo con el Reino Unido sobre Gibraltar antes de que acabe el año, pero no se atrevía a descartar que pudiera producirse alguna eventualidad para la que, dijo, el Gobierno de España estaba preparado.

El ministro, no obstante, transmitió certidumbre a los alcaldes de la comarca, con los que se reunió ese día, y recalcó que "no tiene nada que ver una pequeña zona como es Gibraltar con una zona extensísima como es Irlanda del Norte; no debería haber ninguna colisión entre ambas negociaciones". Aunque, en efecto, no debería, con ‘Caja de Bombas Johnson’ nunca se sabe.

Los alcaldes salieron satisfechos del encuentro con Albares, si bien la preocupación prioritaria de todos ellos no es tanto el futuro de Gibraltar como el futuro del Campo de Gibraltar, una de las comarcas más deprimidas de España que lleva mucho tiempo reclamando un trato diferenciado por parte del Estado. La última, más extrema y no poco extravagante expresión de tal exigencia ha sido la petición del alcalde de La Línea, Juan Franco, al Gobierno para que se le conceda el estatus de ciudad autónoma, como Ceuta y Melilla.

Pêrsonas, mercancías, aduanas

En todo caso y aunque hoy por hoy esté todavía lejano, el espectro de un Brexit duro en Gibraltar inquieta a alrededor de 10.000 españoles que trabajan en el Peñón y cada día cruzan la frontera, simbolizada en la antigua Verja que el Gobierno español levantó en los años 80. Bajarla de nuevo sería un hecho dramático para la economía de la colonia británica y de la comarca española y un fracaso para la diplomacia de ambos países.

El riesgo de que fracasen las conversaciones entre Londres y Bruselas -cuyo objeto es concretar en un tratado el principio de acuerdo al que Madrid y Londres llegaron el pasado 31 de diciembre- es que la Comisión Europea podría exigir a España que alzara de nuevo la temida Verja imponiendo el control aduanero de personas y mercancías propio de cualquier punto de entrada o salida del espacio Schengen, es decir, propio de una frontera exterior de la Unión.

Como se sabe, el acuerdo alcanzado entre Madrid y Londres garantizaba provisionalmente a Gibraltar el disfrute de las ventajas del espacio europeo sin fronteras pese a no formar ya parte de Schengen. ¿Cómo y quién gestionará ese tránsito de pasajeros y mercancías en el futuro? Comprometida cuestión.

El Gobierno de Gibraltar no quiere de ninguna manera que sean policías españoles quienes controlen las entradas y salidas en su puerto ni en su aeropuerto. Las Grandes Palabras de Picardo en el último National Day se referían a ello: “Mantendremos la plena jurisdicción y el control sobre nuestra tierra y la totalidad de nuestras aguas y nuestro espacio aéreo”.

Una antigua querella

La antigua querella de las palabras y las cosas siempre ha estado presente en el contencioso de Gibraltar: muchos de los españoles que viven lejos de la deprimida comarca andaluza del Campo de Gibraltar militan en el bando de las Grandes Palabras (Patria, Soberanía, Dignidad Nacional…), mientras que la inmensa mayoría de quienes viven cerca de la Verja son más bien partidarios de las pequeñas cosas (empleo, pensiones, atascos, buena vecindad…).

De no muy distinta opinión a estos últimos parecen ser los llanitos británicos, que rechazaron abrumadoramente un Brexit que en el conjunto de Gran Bretaña ganó la partida porque allí arriba se enfrentaban entonces los mismos bandos que ahora aquí abajo: el bando de las palabras y el bando de las cosas. Ganó, como se sabe, el primero; ganó por poco, pero ganó.

Desde entonces, la gestión de aquella victoria ha sido un interminable y doloroso quebradero de cabeza tanto para el alegre inquilino de Downing Street como para la Unión Europea. Cohonestar las Grandes Palabras con las pequeñas cosas -control aduanero, escasez de mano de obra, distribución de mercancías, pesca…- está siendo bastante más complicado de lo que el cinismo de Boris Johnson y el candor de los ‘brexiters’ habían imaginado.

Un arma silenciosa

Hasta que estalló el Brexit, los españoles habíamos resuelto el contencioso de Gibraltar la por expeditiva vía de olvidarnos de él. El olvido es un arma política de poca precisión, pero muy largo alcance, un arma de destrucción masiva del resentimiento, la estupidez, la revancha y el orgullo, que son los materiales con que fabrica toda munición patriótica.

En la línea de Picardo, Boris Johnson también insistía semanas atrás: “El Gobierno británico nunca entrará en acuerdos en los que el pueblo de Gibraltar pase a estar bajo la soberanía de otro Estado en contra de sus deseos expresados de manera libre y democrática”. De nuevo Grandes Palabras, esta vez para solemnizar lo obvio.

Y lo obvio es que el contencioso sobre la soberanía de Gibraltar no tiene solución y por eso convendría olvidarnos de él, que no es ni mucho menos lo mismo que olvidarse de Gibraltar: al fin y al cabo, allí viven 30.000 británicos que nunca querrán dejar de serlo porque ni ellos ni nadie desean convertirse en ciudadanos de un país más pobre.

En Gibraltar la geografía opera en favor de los argumentos de España, pero la demografía opera en favor de los argumentos de Gran Bretaña. En Ceuta y Melilla, por cierto, sucede justo al revés: la geografía opera en favor de Marruecos, pero la demografía lo hace en favor de España. Paciencia, pues, y a barajar.