Sesión de control en el Congreso con los diputados Macarena Olona (ultra con plaza en propiedad) y Teodoro García Egea (opositando con ahínco para conseguirla) desatados y con el vicepresidente Pablo Iglesias dedicado cristianamente a atar los cordones de los zapatos de ambos hermanos pecadores para evitarles tropiezos.

Entre la dura réplica que Adriana Lastra del dedicó la semana pasada a Pablo Casado y la de esta mañana de Pablo Iglesias a los dos portavoces derechistas apenas han pasado seis días, pero cualquiera diría que había sido un año.

Si Lastra, sin duda con la indicación o la anuencia del presidente, el pasado jueves se dio un gusto al cuerpo y contestó al líder del PP con una crudeza que debió colmar las ansias de revancha de la izquierda tanto como menguar sus esperanzas de alcanzar un acuerdo nacional con la derecha, este miércoles el vicepresidente, sin duda con la indicación o la anuencia del presidente, ha replicado a sus despiadados opositores con un tono que no ha podido ser más benévolo, como lo ha sido el del propio Pedro Sánchez.

Por fin el presidente ha mandado parar. Debe haber comprendido que, si realmente quiere promover el diálogo para ese pacto de reconstrucción que ansía el país, debía cambiar el ‘ojo por ojo y diente por diente’ del Viejo Testamento por el más compasivo de ‘hacer mal por bien’. Escuchando hoy al hermano Pablo se diría que había acudido a la batalla que le esperaba en el Congreso determinado a seguir fielmente las palabras de Jesús recogidas por Marcos:

“Mas a vosotros los que oís, digo: amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian. Y al que te hiriere en la mejilla, dale también la otra”.

También el apóstol Pablo recomendaría más tarde en su Carta a los Romanos “vencer el mal con el bien” y recalcaría en la primera de las dirigidas a los Corintios que “el amor no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita… todo lo disculpa, todo lo soporta”.

Así, cuando la diputada ultra interpeló duramente al hermano Pablo preguntándole si pensaba “desistir de implantar en España el modelo chavista venezolano”, este se limitó a reconvenirla con evangélica dulzura: la literalidad de sus palabras fue “usted se desacredita con su intervención”, pero el tono con que fueron pronunciadas decía más bien “sosegaos, hermana Macarena, os lo ruego”.

Iglesias no parecía estar debatiendo en el Congreso con una diputada del partido de Santiago Abascal; parecía estar escribiendo una carta a los abascalenses e instándolos a regresar al rebaño de los verdaderos patriotas.

Puede que los seguidores veterotestamentarios de Unidas Podemos encontraran inadecuado y aun poco viril el tono del secretario general, pero en verdad en verdad hay que decirles se equivocan. En estos días difíciles, el Gobierno, la oposición y el país entero necesitan con urgencia inspirarse en el Nuevo Testamento. Al Viejo, que es el nuestro de toda la vida, habrá que volver, claro está, pero a su tiempo.