La portavoz del Grupo Socialista tuvo ayer en el Congreso de los Diputados una intervención acerada, cáustica y brillante, defendió al Gobierno con datos verosímiles y buenos argumentos y dirigió a la oposición conservadora ácidos y bien fundados reproches, como cuando le afeó su fiereza por la supuesta cachaza el Gobierno de España frente a la pandemia, cuando la propia Comunidad de Madrid que gobierna el PP, en carta de fecha 5 de marzo de la directora general de Salud Pública, afirmaba que la población podía “llevar su vida habitual en familia y con amigos” y “continuar con su actividad con toda normalidad”.

Los votantes socialistas más devotos debieron quedar más que satisfechos con el discurso de Adriana Lastra: ya era hora de que alguien le dijera a Pablo Casado cuatro cosas bien dichas, ¿verdad?, las cosas que hay que decirle a quien, siendo el jefe del principal partido de la oposición y portavoz de cinco millones de hombres y mujeres asustados, se comporta con la temeridad de un ‘hooligan’ y el cinismo de un bandolero.

Lastra hizo ayer eso que da tanta satisfacción personal, pero que suele acarrear tantos quebraderos políticos: le dio un gusto al cuerpo. Lo que le dijo a Casado no solo le salió del alma, sino que además era verdad: “Lleva usted días vomitando bulos y mentiras”.

Pero que le saliera del alma, que fuera verdad y aun que satisficiera cumplidamente su justo anhelo de revancha no significa que decirlo fuera bueno para el presidente, deseable para el Gobierno y beneficioso para el país.

La dura réplica de Lastra opera psicológicamente a favor de la portavoz, pero políticamente lo hace en contra del Gobierno y a favor del PP, que encuentra en sus palabras una excusa más para cargarse de razón y desdeñar el pacto nacional que tanto necesita primero el país y luego el Gobierno para enfrentar la devastación económica que provocará el coronavirus.

Lastra se hizo un favor a sí misma, pero no a su Gobierno ni al país. Su discurso estuvo iluminado por luces cortas, no por luces largas. Arrancó el aplauso de los incondicionales, pero decepcionó a quienes opinan que, en esta comprometida ocasión, el Gobierno y los partidos que lo sostienen deben hacer cuanto puedan para amansar a la oposición, no para enfurecerla.

Solo si, tras tenderle francamente la mano, Pablo Casado la muerde, solo entonces sería el momento de pronunciar discursos como el que ayer pronunció Lastra.