¿Va a tener el PSOE andaluz durante seis meses una secretaria general que políticamente ha dejado de serlo tras haberle dado la espalda la militancia del partido? Al haber adelantado Ferraz el calendario congresual previsto, la victoria de Espadas abre un limbo orgánico que podría durar medio año. Por eso hay tantas prisas en la dirección federal para que Díaz deje el cargo; por eso y, por supuesto, porque no se fían de ella.

Al contrario que otros dirigentes, Díaz no ve motivos para abandonar de inmediato la secretaría general, pero Juan Espadas puede hacérselos ver. Si él le pide que dimita pasado un tiempo prudencial, ella debería hacerlo, aunque la posibilidad de que Ferraz disuelva la Ejecutiva Regional, imponiendo manu militari una gestora, es ahora mismo más una bravuconada, muy en el estilo de Ábalos, que una opción que esté sobre la mesa.

Puede que técnicamente Díaz tenga, en efecto, derecho a seguir en el cargo de secretaria general, pero no puede desconocer que su desempeño del mismo sería una ficción. Seguir, pues, ¿para qué?

Las prisas de Ferraz para que Díaz dimita ¿están dictadas por la justicia o por la venganza? Crear una gestora equivaldría a abofetear a un moribundo. La política es un oficio cruel. Díaz es desde el fatídico 13-J niebla, sombra, humo, nada: una secretaria general de madera; sigue al frente de una Ejecutiva Regional que ya no se siente en el deber de defenderla, acompañarla o incluso obedecerla. La expresidenta tiene descartado el enrocamiento que sus enemigos insisten en atribuirle: demasiado bien sabe qué, cuánto y cómo ha perdido. En su rueda de prensa lo dejó claro.

A expensas ya de la clemencia del vencedor, si Díaz no ha dimitido no es porque quiera resistir ni librar una última batalla, sino quizá porque tiene derecho a salvar su dignidad y abandonar la sede de la calle San Vicente por la puerta, no por la ventana. Su mensaje del domingo deja poco margen para la sospecha de los militantes y dirigentes de buena fe: “No voy a estorbar en absoluto y a Juan Espadas le corresponde marcar la política autonómica”.

La dolorosísima derrota ha dejado a la expresidenta sin margen para resistir, incluso aunque solo fuera con el bienintencionado objetivo de utilizar la Secretaría General para salvar a cuantos pueda de entre quienes la han seguido fielmente hasta el abismo.

Lo decisivo aquí no es si dimite o no dimite, sino si, aun no dimitiendo, cede los trastos del liderazgo a Juan Espadas, que tiene derecho a hacer los cambios que estime oportunos en el grupo parlamentario y en la portavocía de San Vicente que tan honorablemente ha venido desempeñando el secretario de Organización Juan Cornejo. Igualmente, Susana podría incluso seguir presidiendo simbólicamente el grupo de 33 parlamentarios, pero en ningún caso seguir dirigiéndolo, de manera que ¿para qué presidirlo ya?

Sorprendentemente, todos los ojos siguen puestos en Díaz, pero en quien realmente hay que ponerlos ya es en Espadas. Nuevo en estas lides orgánicas, el alcalde de Sevilla tendrá que demostrar determinación y temple, dejando claro que una cosa es llevarse bien con Ferraz, como desea la inmensa mayoría de la militancia, y otra muy distinta que Ábalos diga lo que debe hacer o no hacer el PSOE de Andalucía.

Sobre Espadas recae la responsabilidad de coser heridas y restaurar la fraternidad interna. Solo hay una manera de hacerlo, una manera cuyos precedentes históricos son Manuel Chaves y José Luis Rodríguez Zapatero: el primero integró con generosidad a los guerristas que habían querido matarlo hasta que su victoria electoral de 1996 los disuadió de ello y el segundo hizo ministro a José Bono y presidente del partido a Chaves, alineados en el bando que perdió el congreso que hizo secretario general a Zapatero.