Nueve meses después de llegar a la Junta de Andalucía, la pregunta principal sería esta: ¿ha hecho Ciudadanos Andalucía un buen negocio al entrar en el Gobierno andaluz o habría obtenido mejores réditos políticos de haberse mantenido, como en la legislatura anterior, fuera del poder pero marcándole a este el paso en los asuntos de mayor trascendencia institucional e impacto electoral?

Pregunta, obviamente, sin respuesta hoy por hoy y para la cual habrá que esperar a la celebración de unas elecciones autonómicas que no es probable que tengan lugar antes del año 2022.

El guerra de las estrellas

Todos los gobiernos son presidencialistas, pero los autonómicos mucho más. El presidente regional es el sol cuya luz no deja ver el resto de las estrellas que componen el firmamento gubernamental; tal vez se vean de noche, sí, pero a esas horas no suele haber cámaras ni periodistas.

La noche de los consejeros son sus horas de despacho, tal vez las más importantes pero también las que ofrecen menos rendimiento político y mediático porque son, por definición, las menos fotogénicas.

Los consejeros naranjas Rogelio Velasco o Rocío Blanco ejemplifican ese amargo diagnóstico: pese a dirigir dos consejerías con mucho contenido y competencias –Empleo, Formación y Trabajo Autónomo en el caso de Blanco y Economía, Conocimiento, Empresas y Universidad en el de Velasco–, un somero rastreo por la hemeroteca digital arroja un balance más bien desalentador.

Buenos profesionales de lo suyo, seguramente le echarán muchas horas a sus consejerías, pero es como si no se las echaran. El hecho de ser ambos neófitos en política no ayuda, desde luego, pero el problema de su falta de visibilidad puede que obedezca a causas más profundas, estructurales: el margen efectivo de estas y otras consejerías para incidir en la realidad –económica, universitaria o laboral– sin gastarse demasiado dinero es, siempre ha sido, un margen bastante estrecho.

Larga vida al rey

No lo es tanto sin embargo, para quien tiene la llave de la caja de caudales, como es el caso del consejero de Hacienda Juan Bravo (PP), o es, como en el caso del consejero de Presidencia y portavoz Elías Bendodo (también PP), la cara pública del Gobierno y en quien recae la coordinación del mismo.

Precisamente el propio presidencialismo, congénito a los Ejecutivos autonómicos, conlleva el riesgo de que un presidente algo pasivo o desinteresado de la gestión acabe convertido en una especie de reina madre o, en el mejor de los casos, de jefe de Estado que reina pero no gobierna, mientras que su vicepresidente o su consejero de Presidencia ciertamente no reinan, pero desde luego que gobiernan.

El poder y la gloria

En el caso del Gobierno de Juanma Moreno es Elías Bendodo el vicepresidente efectivo, aunque la púrpura la ostente formalmente Juan Marín. En absoluto significa eso que Bendodo, los cinco restantes consejeros del PP y el propio presidente no estén siendo leales con el vicepresidente y los cuatro consejeros de Ciudadanos.

No parece haber problemas de coordinación, empatía o entendimiento entre Bendodo y Marín, más bien todo lo contrario, pero ninguno de los dos puede evitar que los veamos como los vemos: al primero encarnando al Gobierno –no a los consejeros del PP sino a todo el Gobierno– y al segundo representando un papel vistoso pero fatalmente subalterno.

¿Se equivocó Ciudadanos al entrar en el Gobierno después de una legislatura en la que había renunciado a hacerlo? Sigue siendo pronto para decirlo, pero si se equivocó habría que decir en su descargo que no podía no equivocarse, pues el volantazo estratégico dado por Albert Rivera al partido no dejaba margen alguno a sus líderes territoriales para hacer otra cosa que lo que hicieron, primero en Andalucía y luego en Murcia o Madrid.

Más allá de que Juan Marín haya podido medir mal el tonillo innecesariamente destemplado con que se viene dirigiendo a quienes fueron sus socios leales hasta el otoño de 2018, el líder de Ciudadanos parece tener hoy mucha menos influencia en el Gobierno del que forma parte de la que tenía en aquel socialista del que prefirió excluirse.

El resplandor

Aunque hubo un pacto formal con 90 medidas suscritas por ambas formaciones, el resplandor exhibido por Ciudadanos durante la negociación con el PP y hasta la formación del Gobierno ha ido apagándose poco a poco.

Y eso sin contar el cubo de agua fría derramado sobre las espaldas Marín cuando, harto ya de estar harto del desdén de los naranjas, Vox exigió, como el mercader de Venecia, su libra de carne obligándolos a suscribir un acuerdo presupuestario que era mucho más que un mero acuerdo presupuestario.

La vicepresidencia de Juan Marín incluye Turismo, Regeneración, Justicia y Administración Local, pero su titular no ha conseguido marcar perfil propio en regeneración, que era precisamente la bandera más genuina de Ciudadanos y más atractiva para una gran parte de sus votantes.

Salir mucho en la televisión autonómica o en los medios locales por temas de turismo puede que satisfaga el ego –por lo demás no muy desmedido– del vicepresidente, pero esa visibilidad apenas tiene rendimiento político en una comunidad tan turística: es como ser concejal de medio ambiente en un pueblo situado a 1.500 metros de altura donde se respira el aire más puro del país; te sacan en la tele, pero los vecinos no te echan mucha cuenta.

Los otros

El balance del resto de consejeros de Ciudadanos es poco brillante. También lo es, se dirá, el de los consejeros del PP; desde luego, pero estos no necesitan ser brillantes porque todo lo sea menester brillar ya lo brilla por ellos el presidente y, en su defecto, el portavoz.

Rogelio Velasco y Rocío Blanco están desaparecidos pero no en combate, sino desaparecidos sin haber combatido, lo que en política constituye un gravísimo pecado. Alguien debería hablar con ellos.

En cuanto a la consejera de Igualdad, Rocío Ruiz, más allá de las temerarias imprudencias cometidas en su discurso público sobre dependencia, sus buenas intenciones feministas vienen siendo puntualmente devoradas por la jauría ultra, inicialmente ladradora pero poco mordedora, aunque paulatinamente consciente de que solo con un buen mordisco de vez en cuando lograría hacerse respetar. Si Ruiz no le teme a Vox, lo parece.

Aunque vigilado pero no tan de cerca ni con tanto celo por Vox, el consejero de Educación, Javier Imbroda, todavía es la gran esperanza blanca de los naranjas. Hombre de cualidades nada despreciables, necesitará, no obstante, más tacto, disciplina, discreción y mano izquierda de los mostrados hasta ahora para administrar un departamento donde si lo haces bien nadie se entera, pero si te equivocas en cualquier nimiedad sales hasta en la CNN.