No pueden seguir con sus madres y padres biológicas/os por muy diversos motivos. Viven ahora en centros de acogida, pero solo de momento. La experiencia y todos los estudios científicos lo corroboran: sólo otra familia es capaz de curar las heridas psicológicas de las/os niñas/os que han sufrido. Ellas pueden darles el afecto, los cuidados y la educación que les faltaron en sus familias de origen. Por eso, son necesarias muchas más que acojan a niños y niñas. Hasta 2.000 menores las esperan. Encontrarlas es lo que pretende Acogimiento.es, campaña de la Fundación Márgenes y Vínculos, que está financiada por la Junta de Andalucía con cargo al 0,7 por ciento del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF).

María Jesús Fernández Deudero es directora del programa de acogimiento familiar de la Fundación Márgenes y Vínculos en la provincia de Cádiz. Este programa ha cumplido veintiséis años. Márgenes y Vínculos tiene hoy, en 2022, a 490 menores en su programa de acogimiento en las provincias de Cádiz y Sevilla. Participan en él 403 familias acogedoras. El primer programa de acogimiento familiar de Andalucía fue en 1996 gracias a un proyecto piloto llamado Familias canguro, de la obra social de La Caixa. Fue una familia de Castellar de la Frontera, en Cádiz, la primera en incorporarse al mismo. “Márgenes y Vínculos estuvo preparando a las familias en 1996 y no fue hasta 1997 cuando la familia de Patxi e Inmaculada, en Castellar, recibieron al primer niño en acogimiento”, explica Fernández. A este acogimiento siguieron otros en las provincias de Cádiz, Sevilla y Málaga.

Manuel Pacheco, Patxi, e Inmaculada Clemente son dos vascos de Bilbao que llevan treinta años viviendo en Castellar de la Frontera. Esta pareja es lo que se llama una familia ajena especializada en acogimiento de urgencia. Patxi se prejubiló como cartero hace unos años y ahora se dedica a la escultura y a sus plantas. Inma es enfermera y matrona y junto a Patxi ostenta uno de los records menos conocidos de Andalucía. Son la pareja que más niños han tenido acogidos en su casa desde que empezaron a colaborar con la Fundación Márgenes y Vínculos.

Eso fue allá por el año 1997, pero ya antes se había despertado su espíritu solidario y su voluntad de colaborar en el cuidado y la protección de niños desamparados. “Yo trabajaba en un hospital de Bilbao y allí en la maternidad de Solokoetxke había un hospicio, un asilo puro y duro, con muchos niños que a mí me daban una pena tremenda. Todo el día, encerrados en una habitación y sin apenas salir de allí. Los fines de semana, cuando tenía libre, íbamos Patxi y yo y los sacábamos a pasear. Los llevábamos a los jardines o al parque. Era poco lo que hacíamos, pero por lo menos les dábamos un rato de felicidad”, recuerda Inma.

Paxti obtuvo por oposición una plaza de cartero en Castellar en 1987. Sus subidas al castillo que corona el municipio, una fortaleza medieval situada sobre una colina y abandonado por sus habitantes a principios de los años setenta, le hicieron descubrir un mundo desagradable en algunos aspectos. Aquellos eran los años de la droga, de la heroína y de la locura de las toxicomanías que atraparon a mucha gente joven, entre ellas a algunos de los extranjeros que desde finales de los setenta se habían instalado en la fortaleza abandonada de Castellar. Patxi sufría mucho al ver el estado de abandono, suciedad y llanto en que se encontraban los hijos pequeños de algunas parejas de toxicómanos que vivían en el castillo. Y en más de una ocasión intervino para lavar, curar o atender alguno de aquellos niños y niñas. Inmaculada le ayudaba en aquellas tareas que hacían por pura humanidad, por puro instinto protector de unos pequeños desamparados. Al poco tiempo supieron que existía una asociación llamada Vínculos que se dedicaba a cuidar de los menores y se pusieron en contacto con ella. Tuvieron varias reuniones con los miembros de la asociación, que les hicieron varias entrevistas, y al final obtuvieron las credenciales que los habilitaba para ser familia acogedora. Por aquel entonces ya tenían un hijo, Arkaitz, nacido en 1979, y cuando estaban esperando la idoneidad tuvieron otra, Maitane.

Inmaculada recuerda que Maitane tenía once meses cuando les llegó su primer hijo de acogida. Jontxu lo llamaron. Apenas tenía una semana de vida y procedía de una familia con muchos problemas que ponían en riesgo la supervivencia y la seguridad del pequeño. Ellos lo tuvieron unos diez meses al término de los cuales lo entregaron, a través de los técnicos de Vínculos, a un matrimonio que lo adoptó. “Lo entregamos guapísimo. Era una bolita sonriente, un niño lindísimo”, recuerda Inmaculada, que añade que Jontxu fue el primero de una larga lista de menores de entre cero y tres años, acogidos de urgencia a los que ha dado todo su cariño. “Me encanta la acogida de urgencia”, dice Patxi. “Coges a los críos en situación crítica, los cuidas, los pones restablecidos y se los devuelves a los padres adoptivos o a su familia extensa. De nuestros brazos salen para algo definitivo. Nosotros intentamos que este pequeño pasito que dan con nosotros los niños lo vivan lo mejor posible para hacerles superar los traumas o problemas que hayan tenido”, añade.

María Jesús Fernández Deudero explica que la familia tiene un papel fundamental en la recuperación y está más que demostrado que es mejor que un centro de acogida. “Cuando los niños entran en el programa de acogimiento su tendencia natural es a culparse a sí mismos por haber sido retirados de su familia biológica. La familia acogedora es fundamental para hacerle ver que no es así y, sobre todo, que hay otro modelo de familia, normalizada y sin conflictos que pongan en riesgo su bienestar”, explica María Jesús. “Los niños empiezan a ser niños cuidados por adultos y a medida que viven esta nueva experiencia comienzan a comprender por qué no pueden estar con sus familias biológicas. Comparan lo que era su familia desestructurada y lo que es una familia en la que reciben cariño, calor, atenciones y cuidados. Por eso la mayoría lo dicen abiertamente, que prefieren seguir con la familia acogedora porque se sienten más protegidos”, añade.

La vinculación afectiva se realiza ahora de manera sana y esto es clave para su recuperación, explica María Jesús, y para que el niño pueda hacer una comparación con su experiencia familiar previa, una experiencia negligente. “Y en el centro de acogida, pese a los buenos cuidados que se les dan, los niños no pueden hacer esa comparación”, agrega. “Y si no experimentan lo que es vivir con una familia sana, estructurada y normalizada, al crecer repetirán con su familia propia el modelo desestructurado de familia que sufrieron”, añade.

Lucía, Esperanza y Luisa González son tres hermanas que sobrepasan los sesenta años. Viven en un barrio obrero de Jerez y tienen muchas cosas en común. Entre otras un hermano que, sin quererlo, las ha unido en muchas más. Pepe, que así se llama su hermano, se casó con una mujer divorciada que aportaba cuatro hijos a la pareja. Ellos tuvieron tres hijas más, pero cuando las niñas eran muy pequeñas dejaron de atenderlas debidamente. Tanto que las vecinas de Pepe, que vivía en otra parte de la ciudad, fueron a avisar a sus hermanas: O hacéis algo, o la Junta tomará medidas. “Nosotros habíamos notado que las niñas venían desarregladas y poco cuidadas cuando nos las traían Pepe o su mujer”, relata Luisa. “Aquí las bañábamos, les dábamos de comer y se las devolvíamos la mar de bien. Pero no sospechábamos que la cosa fuera tan grave”, añade.

“Inmediatamente nosotras fuimos a por las niñas y fuimos a hablar con los servicios sociales, aquí en Jerez. Al principio no nos hacían caso así que nos fuimos a Cádiz las tres con mi cuñado Juan, el marido de Esperanza”, relata Lucía.  Y Juan explica: “Como en Jerez no nos daban solución fuimos a atajar el problema de raíz. Llegamos a Cádiz y nos comprometimos a ocuparnos cada familia de una niña porque las pobres estaban en un estado lamentable: mal nutridas, sucias, faltas de todo. Ellos nos pusieron en contacto con Márgenes y Vínculos que desde entonces nos han ayudado mucho”. La niña más pequeñita se quedó con Luisa, la que tenía tres años con Lucía y la mayor con Esperanza. “Las niñas reaccionaron estupendamente porque desde que nacieron nos conocían. Las veíamos muchas veces en casa de los abuelos, que era un punto de reunión de toda la familia, y también venían a nuestras casas”, explica Esperanza.

En familias extensas suele ser permanente y prolongarse hasta la mayoría de edad de los menores. Aunque aquí los problemas que surgen vienen casi siempre con la adolescencia. “A veces los abuelos no pueden con sus nietos. En la adolescencia hay que poner límites y normas a los niños que los abuelos no tiene fuerza para hacerlas cumplir”, explica María Jesús Fernández, que agrega: “Y las familias biológicas también suelen producir más interferencias en la recuperación y educación de los niños. Simplemente porque se mantiene en el contexto familiar; una abuela no va a echar de su casa a su hija si viene a ver a su hijo, por lo que los problemas relacionales y confusiones de roles, son más frecuentes en esta modalidad”, añade.

La fundación da formación continua a las familias acogedoras para afrontar este tipo de problemas. La formación inicial se hace, sobre todo, con las ajenas, ya que forma parte del estudio de valoración de idoneidad de las mismas, que es necesario para que la Junta certifique que son aptas para acoger. Las familias extensas también participan en sesiones y cursos de formación que se realizan con cierta periodicidad.

Fernández explica que los técnicos de la fundación hacen un seguimiento de cada familia acogedora y el psicólogo aborda con cada niño su historia de vida, historia que recoge en un diario que va escribiendo el menor. En ella se refleja que el niño entiende la medida de protección, los motivos de su desamparo y cómo encaja el maltrato que sufrió. Incluye el saneamiento de las relaciones del niño con su familia biológica, que sus sentimientos quedan limpios, y que todo se hace en función de la medida que se le aplica de manera provisional mientras se prepara la medida estable que le espera: la adopción, la vuelta con su familia biológica, u otro acogimiento en extensa o en ajena permanente.

El acogimiento en familia extensa era antiguamente un hecho casi natural. Lo daban las familias de forma espontánea y no se regularizaba. Si morían los padres de un niño, o éstos no podían atenderlos, sus tíos o abuelos se hacían cargo de él y ya está. El servicio de protección de menores de la Junta tiene hoy también a la familia extensa como la primera vía a explorar cuando un menor es retirado de sus padres biológicos y necesita una alternativa. Pero hay situaciones en que tampoco la familia extensa garantiza la seguridad y el bienestar del menor. De ahí la necesidad de las familias ajenas, cuyo acogimiento puede ser de urgencia, para menores de cero a seis años y con una duración no mayor a seis meses; temporal, con duración máxima de dos años; y permanente, por necesidades especiales del menor, por la edad del mismo o porque sus circunstancias así lo aconsejen.

Muchas de las familias que acuden a la sede de la fundación interesándose por el programa de acogimiento lo hacen después de las campañas de difusión. A todas ellas se las convoca a una sesión informativa en la que se les explica qué es el acogimiento, qué modalidades tiene y qué supone. Los técnicos van explorando, desde el primer día, las motivaciones y expectativas de las familias. “Algunas familias vienen con expectativas equivocadas, no son motivos altruistas o llegan movidos por una paternidad insatisfecha”, explica María Jesús Fernández. “Hay que tener muy claro para qué se está en este programa, que es atender y cuidar de un menor del sistema de protección durante un tiempo determinado”, añade.

Aclarado esto, la familia decide si quiere continuar o no, presenta una solicitud en caso afirmativo y en ese momento y tras ser derivado el caso por la Junta de Andalucía, los técnicos de la fundación hacen un estudio de idoneidad de la misma. Esto puede durar unos tres meses: se tienen una serie de sesiones para estudiar sus condiciones psicológicas y sociales y su situación socioeconómica y laboral. También se comienza la formación de la familia en aspectos jurídicos, sobre el menor, su familia biológica, la historia de su vida y sobre las necesidades especiales que pueden tener los niños. Una vez que se han estudiado todos esos elementos se emite el informe. Y si es positivo, el informe se remite a la Junta de Andalucía que es el que resuelve sobre la idoneidad o no de la familia. La familia pasa a formar parte de la bolsa de familias acogedoras si la Junta aprueba su idoneidad.

“Hay una formación genérica que se la damos a todas las familias, pero al tiempo que vamos conociendo las características de cada familia nosotros vemos si es apta para un tipo de acogimiento u otro, con lo que las vamos orientando hacia ese tipo”, explica María Jesús Fernández. “A veces una familia viene diciendo que les gustaría acoger a un niño ya criado, pero nosotros vemos que es mejor para cuidar a un niño más pequeño (o viceversa) y entonces en todo el proceso la vamos reconduciendo hacia ello”, añade. Una vez habilitadas, las familias reciben formación una vez al mes sobre asuntos muy específicos relacionados con los menores como son los abusos sexuales, los malos tratos, las normas y límites necesarios en la educación, o los programas para eliminar las conductas disruptivas. “Ellos saben, desde el principio, que todos los niños que necesitan acogimiento han sufrido traumas, que han sufrido algún tipo de maltrato que siempre deja secuelas en forma de malestar físico o psicológico. Y que deben estar preparado para afrontarlo y para hacer todo lo posible para reparar esos daños”, explica la directora del programa de acogimiento en Cádiz.

Buena parte de la población aún desconoce qué es el acogimiento de menores, pese a la difusión continua que se hace incluso entre los profesionales de la salud, los servicios sociales o la educación. “Aquí en la provincia de Cádiz hay mucha gente solidaria y ya apenas hay niños o niñas menores de seis años en los centros de acogida. La ley de menores establece que hay que dar prioridad al acogimiento sobre los centros residenciales y en eso, en Andalucía somos pioneros”, explica.

La página web www.acogimiento.es es una nueva herramienta de Márgenes y Vínculos para captar a nuevas familias acogedoras. Quien esté interesada/o puede encontrar en este sitio un formulario que, una vez relleno, hará que un responsable de la Fundación se ponga en contacto con el/ella para darle toda la información necesaria. Toda persona mayor de edad puede ser familia acogedora, independientemente de su estado civil. No importa qué tipo de familia haya constituido. Las/os interesados también pueden llamar al teléfono 900 35 44 28.

Los miedos y temores de la gente, los prejuicios respecto al perfil de los menores con más edad, son los mayores obstáculos para que aumente aún más el número de familias acogedoras, según la responsable del programa de Márgenes y Vínculos. “Es cierto que han pasado más tiempo siendo maltratados, pero también es cierto que son los que más lo necesitan, que no son tan conflictivos como se cree y que siguen siendo niños en los que todavía hay muchas posibilidades de recuperarse”, explica Fernández Deudero. “También son muy agradecidos, en el momento en que empiezas a atenderlos y a darles cariño se dejan querer y evolucionan muy rápidamente”, agrega. “Es asombroso ver cómo vienen y cómo evolucionan en tan poco tiempo. La familia lo único que hace es darle estabilidad, cariño, cuidados y protección. Esos son los ingredientes que nutren a un niño. Solo el hecho de acogerlo ya es una terapia para él”, concluye.